Por Lisett Tapia
Que triste el pasar del tiempo
Sobre esta vida de rueda,
Unos llegan, otros se van,
Y la muñeca se queda...
Anónimo
Ya es de día. Puedo ver la luz del sol asomarse por la ventana. Brenda ya se ha levantado y no para de ir de un lado a otro de la cama, buscando algo. Mi cabeza se inclina un poco y puedo ver mi vestido: completamente blanco, esponjado, cubierto de encajes y moños azules, muy parecido al que solía usar mi amiga Elena y sobre todo mi amiga Pilar. Llevo un lazo blanco en mi cabeza. Mi cabello está bastante bien conservado como el primer día gracias a los cuidados de Pilar y los cepillados de Elena. Brenda es una niña muy simpática. Ahora es mi amiga.
Por fin Brenda está lista. Me mira con una sonrisa y me toma entre sus brazos. Bajamos juntas al comedor y dispone una silla para mí.
Veo como Elena sirve el desayuno y se detiene en seco al verme.
-Oye Brenda –dice a mi amiga- ni creas que te vas a llevar esa muñeca a la escuela, la puedes romper...
-¡Ay mamá!- contesta Brenda con angustia- ¡déjame llevármela!
-¡Ya te dije que no! Esa muñeca era de tu abuelita Pilar y debes cuidarla. Súbela y déjala donde estaba.
Brenda murmura unas palabras sobre Pilar, pero no atino a comprender. Quisiera mirarla, pero mi cuello no me lo permite.
Con cuidado, siento como Brenda pasa sus manos sobre mi cintura con delicadeza, por miedo a romperme. Eso ya había pasado una vez, hace mucho tiempo, Elena me dejó caer por las escaleras sin querer. Me rompí un brazo. Me asusté mucho.
-¡Ay niña! ¡Esa muñeca me la regalaron cuando hice mi Primera Comunión... –dijo Pilar a Elena con cierto enojo.
Llegamos a la habitación. Brenda me acomoda de nuevo mirándome tristemente y se va. El silencio reina la pieza durante varias horas hasta que Elena entra para acomodar el desorden dejado por mi amiga..
Lentamente sacude a los demás muñecos de la repisa hasta llegar conmigo. Detiene su tarea un momento para contemplarme igual como lo hace Brenda. Como lo hacía Pilar.
Seguro que recuerda al igual que yo cuando era mi madre y tomábamos juntas el té de la tarde.
-Mariana... –murmura mi nombre en un suspiro.
Si se me concediese el don del habla le preguntaría el por qué de su alejamiento por tanto tiempo.
Sé que Pilar ya no está aquí. La última vez que la vi estaba recostada en su cama, vestida de blanco y con sus manos apoyadas sobre el pecho. Sus ojos me decían adiós...
-No te vayas Elena, quédate otro ratito más conmigo...- pero Elena no sabe leer la mente, se va.
Las horas siguen pasando.
A la hora en que debía volver Brenda de la escuela suena el teléfono. Elena contesta y escucha la voz de Brenda pidiéndole permiso para quedarse a dormir en casa de una amiga. Elena se lo concede, pero le advierte que aunque sea viernes, no duerma tarde.
La oscuridad se apodera de la habitación poco a poco. Por la ventana veo como cada noche la luz de la luna, reflejada por los cristales. Jamás la he visto, pero me han contado que es hermosa, blanca y brillante.
-Luna, ¿quieres ser mi amiga?...
Mi rostro queda un poco iluminado por la blanca luz. Ojalá ella si pueda leer el pensamiento.
Amo a mis amigas Pilar, Elena y Brenda, pero temo a estar sola por siempre... por tener piel de porcelana y ojos de cristal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Trata de no comentar como anónimo. Gracias.