No espero lo probable, nada más lo inimaginable; un viaje a ninguna parte en un sitio conocido...

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Xicóatl infortunada

De Martin Cortina



El cielo no era azul como de costumbre... Anoche los cocuyos rayaron la oscuridad con una luz desconocida.
El totolo no cesó de cantar toda la noche y las zorras anduvieron aullando de loma en loma perseguidas por quién sabe qué presentimientos.
Algo grave ha ocurrido, ¿qué será?
Ni yolmiqui, ni yolmiqui, decía anoche una voz angustiada que algunas personas percibieron. Se me muere el alma, decía la voz angustiada y algunos instantes después, se escuchó un estruendo. Era Xocóatl, una mujer estrella errante que había caído y estalló al tocar la tierra... Ella fue la que exclamó ni yolmiqui, mientras caía vertiginosamente...
Cuando una estrella errante cae y estalla, es que el Xítec o el Xocóatl  fue descubierto y hasta allí acaba su carrera humana y el astro viajero no volverá a fulgurar como serpiente.
Lo que era un secreto fue descubierto.
Por el polvo de las estrellas errantes, las alboradas se tiñen misteriosamente; por la luz de Xicóatl los malos genios que se comen a la luna y oscurecen al sol, se ahuyentan y quien dijo se me muere el alma, era una estrella errante que en lo humano se llamó Cacahuatzin.
He aquí la historia con sus detalles:
Cacahuatzin era la esposa de Tepehuaxin. Ambos eran los padres de varios niños. Hacía varios años que vivían bajo el mismo techo.
La señora, siempre buena, era amada de su esposo y de sus hijos.
Cacahuatzin trabajaba en casa desde muy temprano hasta muy entrada la noche. Gracias a esa labor, todo estaba en su lugar y ella disfrutaba por sus virtudes la estimación de sus vecinos.
Por las noches, arreglaba las cosas pendientes y cuando todos se entregaban al sueño, acostumbraba soltar su cabellera y se ponía a hilar el algodón que Tepehuaxin le traía de la sementera. Ella hacía los vestidos para su esposo y para sus hijos. Era frecuente el caso de que la señor pidiera a su esposo nuevas remesas de algodón para proseguir su tarea.
En suma, era una buena esposa y una madre todo cariño. Era la primera que dejaba el lecho y la última que lo tomaba.
Un día, sin embargo, el esposo tuvo noticias por un vecino, de que su señora salía de casa en las altas horas de la noche.
El esposo no hizo caso a semejante versión, pero el vecino insistió diciéndole cada vez que lo encontraba: "Tu mujer sale".
Pasó el tiempo y a de tanto insistir, el esposo resolvió espiar a su señora. Disimuló sus inquietudes, proveyó el tzoltzopas de suficiente algodón y aparentó quedarse profundamente dormido como todas las noches. Nada pudo sorprender; y ya se disponía a castigar al que le parecía un calumniador, cuando cierta noche, la señora dejó los útiles de su telar, devoró gran cantidad de brasas, rápidamente se arrancó las piernas y los brazos y en forma de exhalación sideral, se salió de la casa, incendiósele primorosamente la cabellera que se prolongó hasta tlaltíloc, más allá de las montañas, hasta lo desconocido. El marido, estupefacto, lanzó un grito tremendo: "¿A dónde vas?..." Al instante la exhalación cayó al suelo y se escuchó un estruendo, el mismo que algunos vecinos habían percibido.
Todo estaba bien claro: Cacahuatzin era Xicóatl, era estrella errante y por mandato de Dios tenía que salir a cuidar el mundo. Nada extraño había si ella cuando todos dormían; salía a vigilar para que el mundo no fuese destruido por los malos genios.
No cabía duda, a ella, la pobrecita Cacahuatzin sintió morirse por haber sido descubierta y en sus últimos instantes exclamó: "Ni yomilqui, siento que se me muere el alma...".


~     ~     ~


Cayó la estrella errante que al surcar el cielo, siempre dejaba impresiones de majestuosa serenidad.
La estrella de Xicóatl se conocía en que sus resplandores eran azules y dorados.
Ahora, cuando la suerte nos depara la fortuna de contemplar una estrella errante, nos viene a la memoria Cacahuatzin, la que cruzaba el cielo con lentitud y largo tiempo a nuestros ojos fulguraba.