No espero lo probable, nada más lo inimaginable; un viaje a ninguna parte en un sitio conocido...

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Orgullo y prejuicio y zombis

De Jane Austen y Seth Grahame-Smith



Capítulo 1
(Fragmento)


Es una verdad universalmente reconocida que un zombi que tiene cerebro necesita más cerebros. Esa verdad nunca fue más evidente que durante los recientes ataques acaecidos en Netherfield Park, en los que dieciocho miembros de una familia y sus sirvientes fueron asesinados y devorados por una legión de muertos vivientes.

- Querido señor Bennet -le dijo su esposa un día-, ¿te has enterado de que Netherfield Park vuelve a estar ocupado?

El señor Bennet respondió negativamente y continuó con su labor matutina, consistente en afilar su daga y pulir su mosquete, pues en las últimas semanas los ataques de los innombrables se habían producido con alarmante frecuencia.

- Pues lo está -afirmó su esposa.

El señor Bennet no contestó.

- ¿No quieres saber quién lo ha alquilado? - preguntó su esposa irritada.

- Estoy puliendo mi mosquete, mujer. Sigue hablando si quieres, ¡pero deja que me ocupe de la defensa de mi propiedad!

La señora Bennet lo interpretó como una invitación a proseguir.

- Verás, querido, la señora Long dice que Netherfield ha sido alquilado por un joven de gran fortuna, que huyó de Londres en una calesa de cuatro ruedas cuando la extraña plaga atravesó la línea Manchester.

- ¿Cómo se llama?

- Bingley. Un soltero de cuatro o cinco mil libras anuales. ¡Qué gran partido para nuestras hijas!

- ¿En qué sentido? ¿Es capaz de adiestradas en el manejo de la espada y el mosquete?

- ¡No seas pesado! Debo decirte que he decidido que se case con una de ellas.

- ¿Casarse? ¿Con los tiempos que corren? No creo que ese tal Bingley tenga esas intenciones.

- ¡Intenciones! ¡No digas tonterías! Es muy probable que se enamore de una de nuestras hijas, por lo que conviene que vayas a visitarlo en cuanto llegue.

- No veo la necesidad. Además, no debemos circular por las carreteras más de lo imprescindible, no sea que perdamos más caballos y coches a manos de esa condenada plaga que asuela desde hace tiempo nuestro amado Hertfordshire.

- ¡Pero piensa en tus hijas!

- ¡Estoy pensando en ellas, boba! Preferiría que se dediquen a instruirse en las artes mortales en vez de tener la mente ofuscada con sueños de matrimonio y fortuna, como evidentemente lo está la tuya. Ve a ver a ese tal Bingley si quieres, aunque te advierto que ninguna de nuestras hijas tiene gran cosa que ofrecer; todas son estúpidas e ignorantes como su madre, a excepción de Lizzy, que posee un instinto asesino más agudo que sus hermanas.

- Señor Bennet, ¿cómo puedes criticar a tus propias hijas de esa forma? Te complace contrariarme. No tienes ninguna compasión por mis pobres nervios.

- Te equivocas, querida. Siento un gran respeto por tus nervios. Son viejos amigos míos. Hace por lo menos veinte años que apenas oigo hablar de otra cosa.

El señor Bennet era una mezcla tan singular de ingenio, sentido del humor sarcástico, reserva y autodisciplina, que la experiencia de veintitrés años no había bastado para que su esposa comprendiera su carácter. La mentalidad de la señora Bennet era menos complicada de descifrar. Era una mujer de pocas luces, escasa información y mal genio. Cuando estaba enojada, decía que estaba nerviosa. Y cuando estaba nerviosa -como lo estaba casi siempre desde su juventud, cuando la extraña plaga había aparecido por primera vez-, buscaba solaz en las tradiciones que a los demás les parecían absurdas.

La misión del señor Bennet en la vida era mantener a sus hijas vivas. La de la señora Bennet era casarlas.