No espero lo probable, nada más lo inimaginable; un viaje a ninguna parte en un sitio conocido...

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El ángel Simón

Por Nacho Vegas



I
Hay una funeraria en una calle del centro de Gijón. Creo que lleva allí incluso desde antes de que yo naciera, lo cual ocurrió en 1974. Cuando era un crió y cruzaba con mi padre por delante de ella, él siempre gastaba la misma broma.
-Agáchate -me decía- ¡Rápido, agáchate!
Siempre me pillaba por sorpresa, y yo me agachaba.
-Es para que no te tomen las medidas -decía sonriendo.
II
En 1994 mi padre tenía 48 años. Murió una noche de verano mientras dormía. En aquel momento de su vida se encontraba solo y completamente arruinado.
III
-Es mejor que no entres -dijo mi hermano-. Huele muy mal, no es agradable.
Desde luego yo no esperaba encontrar nada agradable allí. El piso estaba lleno de gente, el juez, el forense, la policía y otras personas desconocidas que se movían por toda la casa. Yo deseaba verlo por última vez. Quería ver la expresión que se le queda en el rostro a un hombre -no a un hombre; a mi padre- cuando el corazón le estalla en plena noche e inesperadamente acaba con todo. Incluso quería olerlo. Había un pequeño pasillo interior antes de llegar al cuarto. Solamente tenía que adentrarme en él y ya estaría casi en la habitación. Pero se adivinaba movimiento allá dentro, gente extraña manipulando su cuerpo mientras se tapaban la nariz con sus pañuelos. No tuve el valor para hacerlo. No entré en ese dormitorio y hoy lo lamento de veras.
-No es agradable -me repitió alguien con una palmada en el hombro.
IV
A finales de los ochenta las cosas parecían ir bien en casa, o al menos esa era la impresión que mis hermanos y yo teníamos. A mi padre le ofrecieron un puesto en el gobierno regional del Principado de Asturias. Nos reunió a toda la familia y lo anunció con solemnidad. Quería saber nuestra opinión, nos dijo. Quería que nosotros le dijéramos si debía aceptar el trabajo o no. A mi aquello no me sonaba como nada importante, pero sabia que la decisión estaba ya tomada de antemano.
-¿Qué va a cambiar? -pregunté.
-Hombre, es un cargo de mucha responsabilidad -dijo-.
-¿Vas a ganar más?
-Sí. Bastante más, carajillo -así nos solía llamar. A mi madre se la veía muy contenía, y no íbamos a ser nosotros quienes pusiéramos alguna pega.
Mi padre había militado en el partido comunista antes de entrar en el PSOE, poco después de que estos llegaran al gobierno. Abandonó varias amistades, adquirió otras nuevas y conservó alguna. Se sentía afín a esas ideas de progresismo de fin de siglo promovidas por una izquierda descafeinada. Había sido trabajador en la siderurgia y sindicalista, y cuando llegó al gobierno del Principado se encontró con que era objeto de amenazas telefónicas por parte de otros trabajadores que le responsabilizaban de encontrarse en la calle cuando las empresas para las que trabajaban cerraban o reducían drásticamente sus plantillas. A mi madre la escupieron por la calle en una ocasión.
Cambiamos de número de teléfono, y hubo una temporada en la que tuvimos a dos policías apostados enfrente de nuestra casa. Mi padre presentó la dimisión en varías ocasiones, pero ninguna fue aceptada. Estuvo en aquel puesto los cuatro años que duró el cargo.
Mis padres habían contemplado la posibilidad de cambiar de vivienda, pero al final se decidieron por remodelar el piso de arriba a abajo. El parqué, los muebles, la cocina y el baño, la instalación eléctrica..., todo nuevo. Creo que aquello eso fue decisivo para que ellos se separaran, a pesar de que para pedir el préstamo se habían tenido que meter en una hipoteca. Durante semanas mi madre soportó una casa llena de polvo y escombros, con un montón de gente faenando, viéndonos obligados a restringir el uso del baño y la cocina, mientras mi padre vivía y dormía fuera de casa (yo no sé dónde) para ahorrarse las molestias, y rara vez pisó el piso mientras duraron las obras.
En otra ocasión recuerdo que nos fuimos de vacaciones al sur durante una Semana Santa. Allí todo parecía perfecto, pero el día en que regresamos a casa mi padre dejó el equipaje, se acicaló un poco en el baño y salió sin dar ninguna explicación. Volvió tarde.
-Ya está otra vez -escuché a mi madre hablar por teléfono-. Me dejó aquí con todas las maletas, y se fue a beber con sabe Dios quién. Estoy harta.
Mis padres se separaron definitivamente en 1991, e iniciaron los trámites del divorcio. Él se había ido de casa en varias ocasiones, siempre para volver al cabo de un tiempo. Una tarde nos reunió a mis hermanos y a mí en el salón para decimos que él y mamá se iban a separar. Que hay veces en que las personas mayores tienen problemas y lo mejor es que no vivan juntas, aunque eso no significaba que no se quisieran. Mis hermanos escucharon con gesto serio, pero yo comencé a llorar. Mi padre me preguntó y yo le dije que no quería que él y mamá se separaran. Luego él se fue a hablar con mi madre, y en aquella ocasión no se fue de casa. Me di cuenta de que lo habían hecho por mí, y me arrepentí de haber llorado y de haber dicho aquello. Porque lo cierto era que no me gustaba nada escuchar sus gritos y discusiones desde la cama, y no tardé en percatarme de que en realidad, sí quería que él se fuera de casa.
V
Me quedé varios minutos de pie delante de la puerta. Se escuchaba el sonido de la televisión dentro. Echaban dibujos animados. Mi hermano practicaba ritmos de batería tocando con un par de baquetas sobre sus muslos. También eso se oía. Javi acababa de cumplir 16 años. Le habíamos dicho que papá no se encontraba bien y ahora me tocaba a mí darle la noticia. Bajé en el ascensor hasta en el portal. Allí paseé de un lado a otro un rato y volví a subir. Seguía sonando la televisión. ¿Cómo se le da a alguien una noticia que uno mismo no acaba de asimilar del todo? Giré la llave muy despacio y entré.
-¿Cómo está papá? -preguntó.
-Javi, papá murió.
-Venga, en serio, ¿cómo está?
-No, Javi, es en serio, papá murió.
Era cierto que no me creía. Yo solía gastarle bromas, pero nunca imaginé que tendría que desmentirle una de este tipo. Y me divertía que Javi sacudiera la cabeza y dijera "venga, en serio". Comencé a reír y a sollozar al mismo tiempo. Los dibujos seguían en la tele.
-Santi... lo encontró esta mañana -balbuceé-. Llevaba tres días muerto... de un ataque al corazón.
Me tapé la boca con la mano. Odiaba reír. A Javi se le desencajó el rostro. Se levantó y fue a su habitación. Después de un rato le seguí.
-¿Cómo estás? -acerté a preguntar.
-¿Tú qué crees?- me espetó.
Más tarde salió de casa sin decir nada. Me quedé allí solo y por primera vez durante aquello lloré desconsoladamente. No lo hacía por la muerte de mi padre, que en aquel momento no me parecía un hecho triste, sino simplemente algo difícil .de aceptar.
Lloraba porque no me gustaba cómo habían sucedido las cosas. Mi hermano tenía que haberlo sabido en casa de mi padre. Tenía que haber podido decidir si quería verlo muerto o no, y en todo caso yo no había sabido comunicarme con él. Hay cosas que no tienen vuelta de hoja. Me sentía como si le hubiera arruinado el día más importante de su vida.
VI
Hay una funeraria en una calle del centro de Gijón. Creo que lleva allí incluso desde antes de que yo naciera, lo cual ocurrió en 1974. Cuando era un crío y cruzaba con mi padre por delante de ella, él solía gastar la misma broma.
-Agáchate -me decía- ¡Rápido, agáchate!
Siempre me pillaba por sorpresa, y yo me agachaba.
-Es para que no te tomen las medidas -decía sonriendo.
Eso era lo que solías decir. Ese era tu sabio consejo. Sólo que se te olvidó algo importante: tú también tenías que agacharte.

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