No espero lo probable, nada más lo inimaginable; un viaje a ninguna parte en un sitio conocido...

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Lealtad

Por Lisett Tapia

Érase una vez, en un pequeño pueblo al norte del país llamado San José de la Cruz, ocurrió una singular historia que, hasta la fecha, ha causado revuelo entre la gente del lugar.

Sus viejas calles esconden historias y leyendas de lo más fantásticas o estremecedoras, como las que afirman que a media noche, el mismísimo Lucifer deambula lentamente por el lugar, resonando sus pesuñas por las calles empedradas.

Otra de estas historias, llega una que dice que, por las noches, los lugareños evitan a toda costa pasar delante del Panteón de la Cruz, pues según dicen, han visto la figura de un hombre solitario y sombrío hacer guardia en la entrada.

Era verdad; tranquilo y con actitud de espera, se encontraba un soldado. Sobre su espalda llevaba un pesado rifle, quizá sin tiros. Llevaba también un viejo uniforme ya pardo por el paso del tiempo y cada noche, caminando de un lado a otro de la calle, volvía a su lugar, con su ya pasivo seño.

Una de estas tantas noches de guardia y desvelo, el soldado miraba como siempre de extremo a extremo la calle, cuando una voz a su espalda lo interrumpió:

-¿Qué haces aquí a estas horas, soldado? ¿Qué no sabes que a esta hora se aparece el Diablo?

El soldado giró la cabeza para ver a quien le hablaba. Su interlocutor era un hombre vestido completamente de negro pero de manera elegante.
El soldado respondió sin emoción en su voz:

-Estoy esperando a mi general y a mi gente.
-Déjame decirte que he andado por los alrededores del pueblo, pero no he visto a ninguno de los tuyos- dijo aquel hombre con tono casi alegre.

Pero el soldado, sin expresión todavía, contestó:

-El me dijo que aquí lo esperara y aquí me quedo…

El enlutado miró fijamente al soldado con tono preocupado, pero luego de unos segundos, su ánimo se sobrepuso. Se acercó un par de pasos y sin vacilación, le habló de nuevo:

-¿Llevas mucho tiempo en este lugar, soldado?

Aquel tardó un poco en responder, un tanto pensativo.

-No sé… meses quizá…
-¿Y haz entrado al Panteón o al Templo?
-No. No me he movido de aquí.
-Bueno, ¿qué te parece si damos una breve vuelta por el lugar?
-Debo esperar a mi general…
-¡Anda!, además, te aseguro que esta noche no vendrán.

El soldado quedó callado. Como ya era su costumbre, miró a ambos lados de la calle. Soledad, oscuridad y silencio reinaban como siempre.

-Bueno, sirve que me distraigo un poco.

Abandonando la guardia, el soldado siguió a aquel hombre al interior del panteón, visiblemente abandonado.

-¿Tienes idea de cuantos años tiene este panteón?-habló de pronto el desconocido.
-No lo sé… jamás he visto a alguien entrar o salir de aquí…
-Bueno, para que te des una idea, lee esa cruz.

El soldado obedeció. Se inclinó un poco y gracias a los rayos de la luna llena, pudo distinguir un nombre sobre esa vieja cruz, agrietada, astillada y a punto de romperse.

-¿Qué dice ahí, soldado?

Aquel se levantó lentamente y sin dejar de mirarla, dijo:

-Es mi general.
-Sigue leyendo las otras cruces que están detrás.

Una a una, el soldado leyó los nombres que las cruces ofrecían, hasta que descubrió lo inevitable: su propia tumba.

-Y ahora- habló el desconocido de nuevo- ¿qué harás soldado? Tu espera ya no tiene sentido, sin embargo puedes venir conmigo. No te aseguro que serás dichoso, pero por lo menos ya no estarás solo y sabrás tu destino. ¿Aceptas?

Aquel, sin perturbaciones aparentes, se encaminó hacia la entrada del panteón seguido por el misterioso hombre y ya estando fuera, habló con su ya conocida tranquilidad:

-Aquí me quedo.
-Soldado, ¿acaso haz perdido el juicio?, eres un alma en pena, condenado por siempre si te quedas- habló el enlutado con terrible acento.
-Mi general dijo que aquí lo esperara y aquí me quedo, además a mi me contaron que un día, vivos y muertos van a juntarse y hasta ese día me voy.

El desconocido sonrió. Se dio la vuelta y al avanzar un par de pasos, dijo a modo de despedida:

-Falta mucho para ese día, soldado, pero si así lo quieres, que así sea.

Y desapareció entre la oscuridad de la noche.
El soldado, tomando asiento en una jardinera y ahora mirando al cielo, dijo:

-Amén.

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