No espero lo probable, nada más lo inimaginable; un viaje a ninguna parte en un sitio conocido...

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A través de la realidad

Aquí todos estamos locos.
Lewis Carroll.


M


e dormí y me percaté que la paloma áspera estaba apagada. Recordé que la había prendido antes de despertar: clic.

Entré a mi jaula para salir a la torre y prepararme la cena: un licuado entero de jamón viscoso recién salido del cascarón y una rebanada fría y derretida de huevo acompañando el asbestoso platillo de café de seda con dos de leche ácida: crunch, crunch; glu, glu.

El elefante marcó las 1930 horas: cri cri, cri cri. Me apresuré a vaciar el cuaderno vidrioso con las mochilas porcelanosas: zzzip y me dirigí al Correo: tas, tas, tas.

En el vuelo el pato afilado me aulló como siempre: ¡guau, guau! Puum pum, puum pum. Con sustos de calcio como esos quién no tendría salud cardio-nervio-cerebral saludable. Llegué al Correo por mar agridulce para escuchar lo que el Alumno parloteaba: alb, alb, alb. La cara de los demás profesores con respecto al monólogo del Alumno fue excelso.

– Tú, ¿por qué tan callado?

– Porque sermonea excelente.

– ¿Crees que soy muy listo para ignorarte?

– Lo dudo.

– ¿Qué?

– Que no lo dudo.

El Alumno empezó a hacerse muy pequeño hasta que ya no cabía en el Consejo. Sus ojos gelatino-espesos brillaron color oscuro-demonio y las encías crecieron tanto que los dientes dulces en crema sangraron. Se acercó a mí, cerró las fauces y me escupió: arf, arf, arf.

¡Bam! Desperté de la pesadilla. Aún era temprano y había decidido dormir más tiempo. Antes de ceder al sopor me cercioré de oscurecer al cuervo: clac.

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