(Fragmento)
Cuando Emiliano regresó a Chinameca, preguntó inmediatamente por Palacios, a quien había enviado para recoger cinco mil cartuchos que les tenía ofrecidos Guajardo. Con este motivo se presentó el capitán Ignacio Castillo, acompañado de un sargento, y a nombre de Guajardo invitó al caudillo para que pasara al interior de la hacienda, "donde Guajardo estaba con Palacios arreglando la cosa del parque".
Todavía departieron con Castillo cerca de treinta minutos. Entretanto, Guajardo simulaba beber mezcal en la hacienda para tratar de emborrachar a Palacios, quien conversaba, manifestándole su "camaradería" en el uso de palabras soeces.
Después de nuevas y reiteradas invitaciones de Castillo, el héroe decidió: "Vamos a ver al coronel -dijo-; que vengan nada más diez hombres conmigo." Montó el caballo alazán que le regalara poco antes Guajardo y, seguido de sus leales, se dirigió a la hacienda. "Los demás quedaron sombreándose bajo las hojas de los árboles y con las carabinas enfundadas".
En la hacienda estaba impecablemente formada la guardia que iba a hacerle los honores al caudillo a su paso. El clarín tocó por tres veces "llamada de honor". Se apagaron las últimas notas; el héroe pasaba el umbral, cuando esa misma guardia, obedeció la consigna recibida, volvió sus armas contra él y le disparó a quemarropa.
Disparaban sobre Zapata desde las puertas, apostados en la azotea, desde el patio, desde todos los lugares donde podían hacer presa de él. Aún tuvo aliento el apóstol para llevarse la mano a la pistola, pero la muerte paralizó su gesto, haciéndole caer instantáneamente.
Había muerto el caudillo, el apóstol, el líder de los campesinos, de los peones indios y mestizos, el verdadero hombre puro de revolución, la única bandera de lucha por la ideología agrarista de los desheredados.
Su traje de charro iba llenándose rápídamente de sangre, que salía de su cuerpo por muchas heridas y que sobre las piedras y a la luz derecha del sol semejaba la última protesta del héroe. Junto a él, atravesado también por las balas, y sin haber podido defenderse, estaba su fiel asistente Agustín Cortés.
Feliciano Palacios moría a manos de Guajardo cuando, al oir la primera descarga cerrada, inquirió sobre la causa de todo aquello: "Por esto", dijo Guajardo al desenfundar su pistola: y la vació sobre el jefe zapatista.
Cerca de mil hombres parapetados en barrancas, altura y llano, seguían disparando sobre los zapatistas consternados, que en unos cuantos minutos cayeron muertos o tuvieron que batirse precipitadamente en retirada.
Así murió Emiliano Zapata.
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