No espero lo probable, nada más lo inimaginable; un viaje a ninguna parte en un sitio conocido...

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...Y ultimadamente...

De Mariano Azuela



Mi cuarto era el trece, pero la suerte eligió el doce, el de Piñita. Al principio no acerté a saber si fue corrupción de estudiantes en juerga, pero eso seguramente predispuso el borbotón de los recuerdos acá en mi cama, mientras del otro lado ardía el incendio de risas y lamentaciones, insolencias y preces, cantos y lloros y un ritornelo gutural , estragado y odioso, "yo no he dicho que soy instrumentista". Pero lo extraordinario era la voz atiplada, tímida, monótona, suave, cansada e incansable de Piñita. Piñita, comentador agudo y breve, condensador del altísimo voltaje que traspuso los veinticinco centímetros de mampostería que nos separaban, la malla frágil de mi sueño de aventurero ocasional; audaz apache que abrió de par en par las puertas de mi asentimiento. "Piñita, un trago." "Pásale la botella a Piñita." "¿Y a ti qué te parece la rapsodia del maistro Campos?" "Después de mi maistro don Clemente Aguirre... ¡me viene guango el pantalón!... ¿Verdad, Piñita?" "Piñita, te hago un campo aquí en mi cama."

Homenaje fraterno e inconfeso, diadema de estrellas brotada de un pantano.

Mis ojos cerrados lo miraron tan bien toda esa única noche, que a la mañana siguiente no me sorprendió su estatura diminuta -irreprochablemente restirado sobre las baldosas del corredor del hotel- ni su gran frente comba y serena- a pesar del agujerito cárdeno del proyectil idiota y matemático ente las cejas. (Bendito proyectil, además; beso de piedad y misericordia para su nidero de gatos en los pulmones.)

Su tosecilla seca e impenitente, la matraca de ebrio descerebrado y desteñido, "yo no he dicho que soy instrumentista", y el vocerío caldeante, hicieron alto de pronto a la llamada del clarín:

Quién me diera tomar tus manos blancas
para apretarme el corazón con ellas
y beber, en tus lágrimas preciosas,
la casta luz de tus miradas bellas...!
Quién me diera tener un solo rayo...!

-¿Te acuerdas del hospicio, Piñita?... ¡Ah!...

Aquí me tienes a tus pies rendido
y mi rodilla nunca tocó el suelo.
Porque nunca, Señora, le he pedido
ni amor al mundo ni piedad al Cielo...

El hampa huérfana y rodante, mordida por todos los colmillos de la vida antes del renunciamiento definitivo en el miraje del fondo diáfono de un vaso; burbujas de tequila donde se disuelve una individualidad en cifra de crujía, bartolina, cama de hospital, panteón anónimo del soldado anónimo.

-¿Te acuerdas, Piñita, del Cuartel Colorado?

Manuel Acuña, Juan de Dios Peza, Manuel M. González; evocaciones del Asilo, de la Escuela de Artes, la Banda de la Gendarmería de don Clemente Aguirre; Jalisco, Guadalajara con su cielo, sus jardines y sus mujeres, y todo en los ojos de sus mujeres. Raudal de versos no más que para los oídos extáticos de Piñita que subraya cada nota con un ¡ah ch...!, amalgama de blasfemia y oración, insolencia casta, devoción de Arlequín, resina shakespeareana sólo accesible a quien sufrió todo lo que hay que sufrir y supo poner un punto de ironía en el cráter de su propio dolor.

La flor y la nube de José Rosas Moreno y amanecía ya. Y no quedaba más que el ululante "yo no he dicho que soy instrumentista", un desmayado sollozo "¡La flor... estaba muerta!"... y mis ojos de papel secante desplomados en la rueca vertiginosa de mi cerebro vacío. Después, en el denso silencio, un reflejo persistente, creciente y exasperante:

-¡Van!... ¡Van!...
-Abra usted, soy teniente coronel del ejército libertador; pertenezco a la gloriosa División del Norte. Señora, necesito un cuarto... No me importa saber si están o no ocupados... Verá usted, señora, anoche me robaron mi sombrero. ¡Qué simpático mi sombrero! Lo compré en Torreón en veinte pesos; aquí lo menos valdría cien... Señora, quiero un cuarto; soy teniente coronel del ejército libertador y venimos a impartir garantías. ¿Dice que están todos ocupados? Pero yo no los quiero todos... Dígame usted, ¿no conoce a ese... que me ha robado mi sombrero...? ¡Qué sombrero, señora! Me parece que es un tal Garduño. ¿Persona muy decente?... ¡Qué me lo dice a mi, señora!... ¡Un ladrón y un hijo de...! Ábrame usted esa puerta... Soy teniente coronel del ejército libertador y si algún jijún... quiere molestar a usted, no tiene más que llamar al jefe de la guarnición de Irapuato (un servidor de usted) y yo sabré despacharlo mucho a la... No hay de qué darlas, señora; nosotros no somos bandidos; venimos a impartir garantías... Ábrame, pues, esa puerta... ¿Todos son pasajeros? ¿Y yo qué soy entonces? De veras ábrame ese cuarto. Yo no voy a matar orita a ese... sí. ¡Tan simpático mi sombrero! ¿Sabe usted cuánto me costó? Veinte pesos en Torreón... Aquí, lo menos... Ábrame usted ese cuarto, por favor. ¿Son músicos de Máximo García?... ¡Oh, Máximo, mi gran amigo!... Y yo también soy músico; si no me abre usted esa puerta yo la abro con esta música... ¡Ah, señora, es usted muy amable! ¡Cuánto hace por sus huéspedes! Conste, pues, que si no abro esa puerta a balazos es por usted; de veras que nomás por usted... Y ultimadamente...
-Mi teniente coronel, por favor...

Pero ya los cristales del cuarto juntaron sus fracasos de alegres campanitas con la música detonante y humeante de mi teniente coronel.

"Los ebrios se quedan dormidos en posturas muy bizarras", nos dijo el otro día el médico municipal a los del ruedo, para explicar la mancha negruzca que dejó a Piñita cejijunto.


1924.



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Los poemas citados por el autor:

Ausencia de Manuel María Flores
A María del Cielo de Antonio Plaza Llamas
La flor y la nube de José Rosas Moreno

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