Ahora reposa
y siéntate. Dentro de un instante entrará un vendedor a explicarte que tu televisor
está pasado de moda y que debes comprar el nuevo modelo. En pocos minutos
convendrás con él las condiciones del crédito, lograrás que te acepten el viejo
modelo en el diez por ciento del precio y te dirás que en verdad una mañana de
uso ya es suficiente. Al encender el nuevo aparato lo primero que notarás será
que las modas del mediodía han cedido el paso a las modas de las dos de la
tarde y que una tempestad de insultos te espera si sales a la calle con tus
viejas corbatas de la una y veinticinco. Así atrapado, debes llamar por
teléfono a la tienda para arreglar el nuevo crédito, a cuyos efectos intentarás
dar en garantía el automóvil. El computador de la tienda registrará que el
modelo es del día pasado y por lo tanto inaceptable. Lo mejor que puedes hacer
es llamar al concesionario y preguntarle sobre los nuevos modelos de esta
mañana. El concesionario te preguntará qué haces llamándolo por ese teléfono de
modelo anticuado, y le dirás es cierto, pero ya desde hace media hora estás
sobregirado y no puedes cambiar de mobiliario. No hay más remedio que llamar al
Departamento de Crédito, el cual accederá a recibir el viejo modelo por el uno
porciento de su precio a condición de que constituyas la garantía sobre los
mobiliarios nuevos de las dos de la tarde para así recibir el modelo que
elijas, de las diez, de las once, de las doce, de la una, de las dos y aun de
las tres y media, éste el más a la moda pero desde luego al doble del precio
aunque la inversión bien lo vale. Calculas que eso te da tiempo para llamar a
que vengan a cambiar el congelador y la nevera, pero otra vez el maldito
teléfono anticuado no funciona y minuto tras minuto el cuarto se va haciendo
inhóspito y sombrío. Adivinas que ello se debe al indetenible cambio de los
estilos y el pánico te irá ganando, e inútil será que en una prisa frenética te
arranques la vieja corbata e incineres los viejos trajes y los viejos muebles
de ayer y las viejas cosas de hace una hora, aún de sus cenizas fluye su
irremediable obsolencia, el líquido pavor del que sólo escaparás cuando, a las
cuatro, lleguen tu mujer y tus hijos cargados con los nuevos trajes y los
nuevos juguetes, y tras ellos el nuevo vestuario y el nuevo automóvil y el
nuevo teléfono y los nuevos muebles y el nuevo televisor y la nueva cocina,
garantizados todos hasta las cinco, y el nuevo cobrador de ojos babosos que
penetra sinuosamente en el apartamento, rompe tu tarjeta de crédito y te
notifica que tienes comprometido tu sueldo de cien años, y que ahora pasas a
los trabajos forzados perpetuos que corresponden a los deudores en los sótanos del
Monopolio de la Moda.
Buen libro
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