El cementerio está cerca. La uña del meñique derecho de
Pedro Pérez, enterrado ayer, empezó a crecer tan pronto como colocaron la losa.
Como el féretro era de mala calidad (pidieron el ataúd más barato) la garfa no
tuvo dificultad para despuntar deslizándose por la juntura de la tapa y arrastrarse
hacia la pared de la casa. Allí serpenteó hasta la ventana del dormitorio, se metió
entre el montante y la peana, resbaló por el suelo escondiéndose tras la cómoda
hasta el recodo de la pared para seguir tras la mesilla de noche y subir por la
orilla del cabecero de la cama. Casi de un saltó atravesó la garganta de Lucía,
que ni ¡ay! dijo, para tirarse hacia la de Miguel, traspasándola.
Fue lo menos que pudo hacer el difunto: también es cuerno la
uña.
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