De Bonaparte
Gautreaux P.
Todas las
noches eran iguales para María. Y aunque cada día se preguntaba lo mismo y
tomaba decisiones para ejecución inmediata, todas las noches eran iguales, exactamente
iguales a la anterior. María desvelada, Juan que no llegaba, María que pensaba
decir y hablar y mal decir y revisar la vida que llevaban y las cosas de Juan y
el niño que iba a nacer y el futuro y el trabajo y todas las noches el silencio
de sus brazos amorosos suspiraba a la llegada del hombre.
Y el “oh
Juan, hasta cuándo” se confundía con el torrente de palabras que sólo entiende
cada enamorado junto a las frases que no se pronuncian.
“Esta
noche cuando llegue se lo voy a decir. No podemos continuar en esta forma.
Cada vez que sale me dice sonriente: “vengo temprano. Tengo una reunión importante”.
Al comienzo me gustaban sus salidas por que a veces venían a visitarme algunas
amigas que me hacían pasar el tiempo entre los recuerdos y los chismes. Y
pasábamos con facilidad de las modas a los niños y de los niños a los comentarios
que circulaban en el pueblo sobre la mujer del médico y el síndico. Y de que si
esto a que si lo otro, la espera por Juan era menor... Ahora, con el asunto del
embarazo parece no darse cuenta de mi estado nervioso. No puedo explicarme cómo
para unas cosas es tan inteligente y para otras es totalmente ciego. Quizá por
eso lo quiero tanto. Es como un niño grande que necesita mi protección.
Pero no
puede ser. Es más, hasta las muchachas han dejado de venir en las noches. Ahora
no disfruto ni de los chismes. Puede ser que la vez que Juan llegó temprano el
comentario que hizo no le haya gustado a mis amigas. Llegó sonriente y su
saludo nos dejó sorprendidas: “¿Destruyendo reputaciones?...” Y a pesar de que
les dije que a veces tiene juegos pesados y que esas eran tonterías que no le
hicieran caso, antes de que Juan regresara de la habitación mis amigas se
habían retirado ofendidas.
Ahora sé
que andan por ahí diciendo que Juan tiene otra. Y eso me disgusta. Me disgusta
sobremanera por que sé que él no es hombre de eso. Además, siempre me dice
dónde va o en qué sitios ha estado y con quiénes, y por qué se fue de un lugar
a otro. Y por eso no puedo creer que tenga otra. Porque pienso que son cosas de
mis amigas, pero tanto va el cántaro al río...
No puede
ser, pero los hombres son así. Y cuando me dice casi todas las noches que tiene
una reunión o lo llama algún amigo y pasa a buscarlo, en un carro, comienza la
duda y la inquietud. ¿Adónde va?... ¿por qué sale tanto de noche?. . . ¿No se
da cuenta de mi angustia?
Hace días
la situación no estaba buena y los rumores corrieron entre bocas y oídos y se
formó la cadena a la que cada cual agrega un eslabón y cuando lo vinieron a
buscar me cansé diciéndole que no se fuera a la calle, que no me dejara sola en
la casa, que la cosa no estaba buena, y con su sonrisa de siempre me dijo: “Mi
amor... tengo una reunión importante”.
Parece
que sus reuniones tienen más importancia que mis problemas. Casi todas las
noches sale y me deja en la casa. Una casa que se va llenando de sombras. Sombras
que apagan el ruido cuando el pueblo se duerme y Juan no regresa.
A partir
de entonces apago las luces de la casa y na da más dejo encendida mi lámpara de
la mesa de noche y me dispongo a leer porque él quiere que su mujer sea culta
y pueda conversar sobre cualquier tema en las escasas ocasiones en que salimos
juntos.
Pero a
poco de comenzar la lectura, las letras bailan en las páginas. Bailan cuando la
noche avanza y se llena de sombras y silencio y angustia y espera y Juan no
llega. Y los pasos de la gente que va por la acera se meten en la casa y me
parece que tocan a la puerta y que alguien entra y me levanto a esperarlo y no
es cierto.
A ratos
me quedo dormida, como sucedió el otro día que cuando desperté lo tenía
besándome en la frente con la delicadeza que sólo él sabe tener. Y entonces el susto
fue mayor. Entonces empiezo a pensar tonterías. ¿Y si entra otra persona? ¿Cómo
me hago?... ¡Hasta cuándo!
Y
mientras sigo desvelada, Juan comienza a roncar como una locomotora de las que
llevan caña al ingenio. Recuerdo los años en que los niños decían que las máquinas
hablaban con el ruido de sus motores: corta-caña corta-caña corta-caña corta...
Y así me suenan los ronquidos de Juan. Y pensando en las locomotoras y el ruido
de sus motores y los ronquidos de Juan, me duermo y a poco despierto con el sueño
colgando de los labios que se abren con el bostezo.
La vida
se va convirtiendo en una rutina que sólo los pequeños detalles hacen agradable.
Por eso no creo que Juan tenga amoríos en la calle. Pero todo en la vida comienza
un día. Y los hombres son así, como que nunca los comprendemos. Además de lo
del machismo. Pero Juan lo combate. Juan dice... eso siempre lo critican mis
amigas. Critican que cuando tocarnos ternas más allá de las modas, los niños o
las novelas de la televisión, ahí viene Juan. De inmediato yo expreso: “Juan dice”.
Y es verdad, o puede serlo, ¡no importa! “Juan dice que no va a ser más hombre
por tener más mujeres”. Pero...
Esta
noche es igual. Exactamente igual a las otras. Después de cena sonó el timbre
del teléfono y la voz de un hombre pidió hablar con él. Tapé el aparato y le dije:
“¡otra vez!”. Cuando terminó escuché su voz cálida que me dijo: “Tengo una reunión
importante”. Creo que no escuchó mi suspiro y el “hasta cuando”.
Ahora
estoy esperando y podría decir que como siempre. Las mujeres siempre estamos
esperando. Primero al novio, después al esposo y luego a los hijos. Siempre...
siempre esperando.
Cualquier
ruidito en la calle me levanta de la cama como si tuviera un resorte en la
espalda. Ya me incorporo, ya me acuesto, ya me incorporo...
Las
persianas están marcadas por mis ojos que se me ten entre las rendijas semiabiertas.
La tos de
los que pasan, el ruido de las motocicletas, los motores de los automóviles.
Todo... todo lo escucho en la noche y mi mente lo distorsiona y lo pone grande
con el silencio y me confundo con los ruidos... ¡qué voy hacer! A veces quiero gritar:
“Juannnnnnnn, vennnnn”. Hasta ver si en algún sitio me escucha y se da cuenta
de mi angustia. ¡Ya... creo que viene... oigo pasos!
Pero él salió con una sola persona. ¿Cómo es posible?... Juan, ven, estoy asustada. Los pasos se han detenido en el patio. Ven Juan... no me mortifiques tanto. No salgas de noche. Si tienes otra no me voy a poner brava, pero... ven Juan, ven, ven Juan, no me vuelvas a dejar sola. Ven, ven Juan, ven y no salgas más en la noche. Recuerda que estoy preñada. Con estos sustos voy a perder la criatura. Ven, ven, ven Juan.
¡Qué
bueno!. . . Los pasos se alejan. No hay ruidos en la calle. ¡Juan! ¿Por qué? ¿Por
qué no llegas?... ¡Acaba de venir!...
Estoy
acostada bocarriba y no me atrevo a moverme. ¡Ven, Juan, ven!
La mañana
sorprendió a María tanteando las sábanas del lado donde Juan dormía. Las
sábanas estaban frías en ese lado. Lo fue a buscar al baño, de ahí a la cocina,
de la cocina al patio, y allí estaba. Estaba con la sonrisa de siempre, mirando
hacia arriba, con la mirada perdida entre la copa de los árboles.
La
angustia de María rodó por tierra con la voz quejosa que gritó:
-¡Juannnnnnnnnnnn!
En el
mortuorio algunas personas comentaban:
—Estaba muy
metido en política...
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