No espero lo probable, nada más lo inimaginable; un viaje a ninguna parte en un sitio conocido...

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Suicidarse por mano ajena

De Florencio María del Castillo



Un “buen” inglés cansado de vivir, tomó una pistola, la cargó y salió de Londres con el objeto de matarse al aire libre.

Llegó á un sitio que le pareció á propósito para tan bonita operación, y aproximando el arma á su frente, pone el dedo en el gatillo, queda inmóvil algunos segundos....

¿Piensan Udes. que disparó?; no: otro plan más divertido se ofreció en aquel momento á su tétrica imaginación.

Muy lentamente y con pausado compás, vuelve a la ciudad, llega y toma posesión de un asiento de uno de los infinitos templos donde se brinda en honor a Baco; pide de beber, y de nuevo prepara su pistola; observa atentamente las fisonomías de los bacantes: reflexiona entre sí cuál tendrá más ganas de morir, se decide en fin, y el elegido es despachado al otro mundo, diciéndole al tiempo de disparar:

“Amigo, os elijo para mi compañero de viaje”

En el momento es arrestado el asesino; llega el acto de la declaración, y de ella resulta el diálogo siguiente:

Juez.- ¿Cómo os llamais?

Acusado.- Enrique Steel.

Juez.- ¿Por qué habeis muerto á M. N.?

Enrique.- Os lo diré: hace tiempo que estoy cansado de vivir, y salí fuera de la ciudad con la idea de matarme; pero cuando iba á realizar mi proyecto, me acordé de dos cosas. Primera: que en un viaje tan largo sería bueno llevar un compañero que me diese conversación. Segunda: que habiendo hombres que están encargados de este cuidado, sería mejor darme la muerte por mano de ejecutor público que por la mía.

El juez, teniendo á este hombre por loco, suspendió la discusión; y concluida la causa, fué condenado á muerte, siendo lo más singular del caso, que en el acto de la ejecución gritaba el delincuente:

“Señores, yo me suicido por medio del ejete mi nueva invención”



Pensamientos



La historia de los artistas de México es una página en blanco, en la cual si hay algo escrito, es sólo el rastro que dejan las lágrimas del aislamiento y la desesperación.



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Nada hay más inocente como la oración del niño, nada más tierno como la de la doncella; nada más solemne ni que inspire más respeto como la del anciano.



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Los hombres se imaginan la muerte como un dolor agudo y terrible. Yo creo, por el contrario, que es un momento de dulce y voluptuosa languidez.





(El texto se ha transcrito tal cual del original)

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