Una monstruosa aberración induce a los hombres a creer que el lenguaje nació para facilitar sus relaciones mutuas. Con este fin utilitario redactan diccionarios, en los que catalogan las palabras y las dotan de un sentido claramente definido (según creen), basado en la costumbre y en la etimología. Ahora bien, la etimología es una ciencia perfectamente vana que no informa en absoluto sobre el verdadero sentido de la palabra, es decir: el significado particular, personal, que cada cual debe asignarle de acuerdo con su entendimiento.
En cuanto a la costumbre, superfluo es decir que resulta el criterio más bajo a que podamos referirnos.
El sentido habitual y el sentido etimológico de una palabra no pueden enseñarnos nada sobre nosotros mismos, puesto que ambos representan la fracción colectiva del lenguaje, hecha por todos y no por cada uno de nosotros.
Cuando analizamos las palabras que nos gustan, sin preocuparnos por seguir ni la etimología ni el significado admitido, descubrimos sus virtudes más ocultas y las ramificaciones secretas que se propagan a travez de todo el lenguaje, canalizadas por las asociaciones de sonidos, de formas y de ideas. El lenguaje se transforma entonces en oráculo y en él tenemos (por tenue que sea)un hilo para guiarnos en la Babel de nuestro espíritu.
(1925)
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