De Robert H. Curtis
Me siento mal porque siempre ando causando problemas a la
gente. Conozco la razón. Es porque soy un estúpido. En la escuela, los chicos
se burlaron de mí porque no pude pasar los exámenes. Mi madre me dijo que no
prestara atención cuando los chicos me llamaban retrasado. Pero por la
expresión de su cara, sé que yo estaba haciendo algo mal. Y ahora, aunque ya
tengo cincuenta años, no importa lo mucho que lo intente, a veces sigo siendo
una molestia para la gente. La mayoría de las veces enojo a las personas que me
importan, como a mi amigo Freddie y a mi maravillosa esposa, Virginia.
El peor momento en que fui un fastidio para mi madre y mi
padre fue cuando tenía quince años. Teníamos un coche y era domingo y salimos
de picnic. Empezó a llover, oh, ¡cómo llovía!, así que mamá y papá se metieron
en los asientos de atrás del coche para terminar de comerse los bocadillos, y
empezaron a hablar, sin prestarme mucha atención, mientras yo permanecía en el
asiento delantero. Pensé que sería agradable dejar que disfrutaran del picnic y
no molestarles con la cuestión de regresar a casa, de modo que puse en marcha
el motor haciendo girar la llave de contacto. A continuación, manejé la palanca
y puse la marcha, tal y como siempre hacía papá. Papá gritó, porque alguien
había plantado un árbol demasiado cerca del arcén de la carretera, y tuvimos un
grave accidente. Papá y mamá murieron, y aquel árbol también me hizo mucho daño
a mí. Perdí un ojo, quedé herido en la pierna y se me quemó la cara. Todavía
conservo las cicatrices.
Después de salir del
hospital, me pusieron un bonito ojo de cristal y me enviaron por un tiempo a
una escuela especial. Y cuando terminé la escuela me fui a vivir con mi tía.
Ella ya ha muerto, pero me dijo cosas como que no debía conducir coches porque
es peligroso y porque podía meterme en problemas. Así que no conduzco. Siempre
cojo el autobús para ir a trabajar, excepto cuando Virginia conseguía un coche
y me acompañaba al trabajo y acudía a recogerme. Ella era bastante guapa.
Querrán saber cómo conocí a
Virginia, ¿verdad? Conseguí un trabajo en las oficinas de Industrias Morris.
Fabrican archivadores y yo trabajo como archivero. Eso le hace gracia a todo el
mundo: trabajar de archivero en una fábrica de archivadores…, de modo que
supongo que debe de ser gracioso. Virginia era mecanógrafa en la oficina cuando
me contrataron. Solía decirme que no le pagaban lo suficiente. Me di cuenta
enseguida de que le gustaba, porque decía que era el único idiota al que se
podía quejar sin meterse en problemas. A nuestra supervisora no le gustan las
quejas.
Le dije a Virginia que estaba
contento de no necesitar más dinero. En realidad, la mayor parte de mi sueldo
lo ingresaba en el banco.
—Eso está bien, Harry —me dijo
Virginia—. Apuesto a que tienes ahorrados más de tres mil.
—No —le dije—. Ya he ahorrado
ciento cincuenta mil.
Ella se echó a reír y me
preguntó:
—¿De tu sueldo?
Eso fue lo que me preguntó, como
si no se lo creyera.
Bueno, deberían haber visto la
cara que puso al día siguiente, cuando nos quedamos solos un momento y le
enseñé el saldo de mi cuenta. Desde luego, le dije que buena parte del dinero
procedía de lo que mamá, papá y mi tía me dejaron, pero cada dos semanas yo
añado algo a la cuenta. Sólo me quedo lo suficiente para pagar el alquiler, la
ropa y la comida, y todo el resto lo meto en el banco.
Bueno, a partir de ese momento me
di cuenta de que Virginia me gustaba más que nunca. Aquella misma mañana, algo
más tarde, me pidió que nos viéramos en una cita, y me explicó lo que era una
cita.
Fue divertido, se lo puedo
asegurar.
La supervisora me aconsejó que me
alejara de Virginia porque, según ella, todo lo que quería era dinero. Lo
comenté con Virginia, y ella me explicó que la supervisora estaba loca, y que
no debía contarle nada sobre nuestras citas, porque ella no tenía ningún hombre
con quien salir y se sentiría celosa. Virginia me pidió que mantuviera nuestras
citas en secreto.
Oh, qué divertido fue mantener
aquello en secreto. Ni siquiera le dije a la supervisora nada sobre Freddie, mi
mejor amigo. Al principio no fue un verdadero amigo. En realidad, era el amigo
de Virginia, pero me gustaba y se convirtió en mi mejor amigo. De hecho, fue el
único amigo verdadero que he tenido jamás, aunque ahora ya no lo veo mucho. En
el trabajo hay un tipo, Joe, con quien de vez en cuando me tomo una taza de
café, pero no es un verdadero amigo. Un amigo verdadero habla con uno por lo
menos más de cinco minutos seguidos. Y Freddie solía hablar conmigo durante más
de quince minutos, diciéndome la gran suerte que tenía yo por el hecho de que
una mujer tan bonita como Virginia estuviera loca por mí.
Oh, no podía creer en mi buena
suerte por el hecho de que una mujer como Virginia estuviera loca por mí, y
porque un amigo como Freddie me dijera que estaba dispuesto a ser mi padrino de
boda cuando Virginia me pidió casarse conmigo. Todos nos fuimos a Reno, y
Virginia y yo nos casamos en aquella capilla del juzgado, y todo eso no costó
más que treinta y cinco dólares, y después Virginia y Freddie y yo regresamos a
casa. Utilizamos el coche de Virginia porque yo no conduzco desde que tenía
quince años.
Cuando regresamos a la ciudad,
Virginia se vino a vivir a mi casa, porque era más grande que su apartamento. Me
alegro de que nos casáramos, pero no veo a qué vino tanto jaleo. La única
diferencia que hay entre estar o no estar casado es que uno vive en la misma
casa que el otro, y que pasa mucho más tiempo junto al otro. Mi amigo Freddie
pasaba mucho tiempo en nuestro hogar, con Virginia y conmigo, y eso también
resultaba agradable. Echo de menos a Freddie casi tanto como a Virginia.
Mi esposa hizo dos cosas
maravillosas por mí. Cada noche me preparaba una bebida de whisky y azúcar,
según un estilo que ella llamaba antiguo, y me la daba a beber antes de irme a
dormir. Les puedo asegurar que sabía muy bien.
La otra cosa maravillosa que hizo
Virginia fue decirme cómo podía ser feliz.
—¿Te has sentido desanimado
alguna vez, Harry? —me preguntó.
Cuando le dije que no, observé lo
desilusionada que se sintió, de modo que le pregunté:
—¿Qué quieres decir?
Me dijo que todo el mundo se
siente desanimado alguna que otra vez, como por ejemplo me ocurrió a mí el día
anterior, cuando quise terminar de archivar unos informes, pero el portero
apagó las luces de las oficinas. Me sentí furioso y tuve que tomar el autobús
de regreso a casa, pues Virginia ya se había marchado con su coche. Me dijo que
yo me sentí furioso contra el portero, y que eso era sentirse desanimado.
—Oh, claro —le dije, y me di
cuenta de que eso la hacía feliz.
—Bien, Harry —me dijo—, ¿quieres
aprender a dejar de sentirte desanimado?
—Desde luego—repliqué.
Soy un ingenuo, no un verdadero
estúpido.
—Tienes que anotar todo aquello
que te desanima, Harry —me dijo ella—, y entonces desaparecerá, y te sentirás
mejor.
—¡Bien! —exclamé yo.
Y ella me dijo lo que debía
escribir: “Echo de menos a mamá y a papá
y a mi tía y durante treinta y dos años no he hecho otra cosa que trabajar. Me
siento muy cansado y no quiero seguir. Lo siento. Harry” Eso fue lo que
escribí en un trozo de papel, y Virginia lo cogió y lo guardó en un cajón.
—Ya verás, Harry —me dijo ella—.
Ya no volverás a sentirte desanimado.
Oh, eso me hizo muy feliz. Aún
recuerdo la noche en que escribí aquello, y también recuerdo cuando más tarde
Virginia me trajo mi bebida al estilo antiguo. Tenía un sabor extraño, pero
seguía estando buena.
Bueno, les puedo asegurar que
debió de haber habido algo malo en aquella bebida, porque lo siguiente que sé
es que me encontré tumbado sobre una mesa, en la funeraria, completamente
desnudo. ¿Se lo pueden creer? ¡Se imaginaron que me había muerto! Una vez, en
la televisión, vi a un hombre del que todo el mundo pensaba que se había
muerto, pero él se sentó tan tranquilo en el funeral y los asustó a todos. Lo
mismo ocurrió conmigo, aunque yo no pude sentarme. Lo intenté, pero estaba como
paralizado. No pude sentarme, ni pude ayudar al hombre y a la mujer que me
vistieron con un traje negro para mi funeral. Pero ahora, cuando pienso en ello,
¡oh, chico!, ¡qué suerte tuve! Si hubiera vivido en una ciudad en lugar de un
pueblo pequeño, primero me habrían cortado para ver de qué había muerto, y en
tal caso me habría encontrado con verdaderos problemas, pero el juez dijo que
estaba bien, y que me podían enterrar inmediatamente, porque mi nota demostraba
que había sido suicidio. ¿No les parece una idiotez de su parte?
El caso es que se celebró un
funeral muy bonito. Pequeño, pero bonito. Además de Virginia y Freddie y el
sacerdote, acudió la supervisora, y la oí llorar, aunque no podía verla. Joe
también estaba allí, a pesar de no ser un verdadero amigo, y también estaba el
abogado de mi tía. Oí al sacerdote decir que las cargas de la vida habían
quedado atrás para mí, y que encontraría la paz eterna, y oí que Virginia le
decía, antes de que empezara el funeral, lo terrible que había sido para ella
que su marido tomara veneno sólo cuatro meses después de casarse. ¿No fue eso
una idiotez por su parte? Ni siquiera conocía la diferencia entre el veneno y
el whisky de gusto un tanto extraño.
En cualquier caso, acabada la
ceremonia pusieron el féretro en un coche fúnebre y se dirigieron hacia el
cementerio. ¡Oh, chico!, me alegro de haberle dicho antes al abogado de mi tía
que me gustaría ser enterrado. Hace muchos años, cuando me quemé en el
accidente de coche, supe que, a partir de entonces, no quería tener nada que
ver con el fuego, y cuando quisieron quemar mi cuerpo, el abogado así se lo
dijo a Virginia. Le dijo que se tenían que respetar mis deseos, eso fue lo que
dijo, y Virginia, desde luego, estuvo de acuerdo.
Bueno, cuando sentí que toda
aquella tierra empezaba a caer sobre la tapa del ataúd, me dije a mí mismo: «Te
has metido en un buen follón, Harry». Ahora sé lo que estaba pasando. Yo no
respiraba tan intensamente como para que pudieran verlo; nada de respirar
profundamente y todo eso. Era como esos hombres religiosos de la India que
entran en trance y pueden permanecer enterrados durante largo tiempo. Incluso
una vez vi en la televisión a un hombre que pudo permanecer encerrado en una
caja hundida en el fondo de una piscina Pues bien, eso es lo que yo estaba
haciendo en el ataúd.
No sé lo que pasa con esos
hombres religiosos, pero puedo asegurarles que dos horas después de que me
enterraran comencé a sentir calambres, así que empecé a intentar salir del
ataúd. ¡Oh, chico! ¡Qué bien me sentí cuando por fin pude moverme! Y no puede
decirse que el viejo Harry naciera bajo una mala estrella. Mi funeral se
celebró a últimas horas de la tarde, de modo que no echaron sobre el ataúd
tanta tierra como solían hacer. Creo que tenían la intención de terminar el
trabajo a la mañana siguiente. Aun así, tuve que trabajar muy duro hasta el
punto que, cerca ya del final, se me cayó el ojo de cristal. Y les puedo
asegurar que no perdí el tiempo buscándolo bajo tierra. Soy un ingenuo, pero no
un tonto.
Cuando por fin logré salir,
estaba hecho un asco. Y, ¿se lo pueden creer?, aunque hacía mucho tiempo que
vivía en el pueblo, seguía confundido. En lugar de dirigirme hacia la carretera
del cementerio, avancé tambaleándome hacia los bosques que hay detrás del
cementerio. Si quieren que les diga la verdad, me sentía cansado. Así que dormí
unas pocas horas, y cuando me desperté, ¡oh, chico!, ¡qué bien me sentí! Hacía
frío y estaba oscuro, y llovía, y hacía bastante viento, pero eso no me
importó. El aire olía tan bien. Sabía lo felices que se sentirían Virginia y
Freddie al saber que en realidad yo no había muerto, de modo que me encaminé
hacia la casa. Ahora ya sabía dónde me hallaba, y sólo estaba a media hora de
camino de donde vivo.
Caminé y caminé, y no tardé en
encontrarme ante la casa. Me alegré de poder resguardarme de la lluvia, puedo
asegurarlo. Recogí la llave que guardaba bajo la escalera. Eso fue otra cosa
buena que me enseñó Virginia. Yo solía perder las llaves y luego no podía
entrar en la casa, pero ella me mostró dónde podía guardar una llave extra.
Sabía que estaba hecho un asco, con mi traje negro de funeral empapado, y mi
pierna coja peor a causa de la lluvia, y la cuenca vacía de mi ojo toda
enrojecida, pero ¿qué diferencia representaba eso? Virginia no dejaría de
sentirse feliz. Subí la escalera en completo silencio para que la sorpresa
fuera aún mayor.
Escuché a Virginia y a Freddie
riendo en el dormitorio, y me pregunté por qué parecían tan felices. Quizás
habían descubierto ya que yo estaba vivo. Eso habría echado a perder mi
sorpresa. Pero supongo que se estaban riendo de alguna otra cosa. Hice girar
lentamente el pomo de la puerta del dormitorio, y ellos se callaron de pronto.
No sé a quién podían estar esperando, pero, desde luego, no era a mí. Cuando
abrí la puerta de golpe y grité: «¡He
vuelto!», ambos se pusieron a gritar. Me pareció muy extraño que, en una
noche fría y lluviosa como aquella, ambos estuvieran desnudos en la cama.
Supongo que se consolaban el uno al otro debido a lo mucho que me echaban de
menos, pero finalmente estropearon la sorpresa que quería darles, porque
siguieron gritando.
Es agradable que, ahora, mi
esposa y mi mejor amigo estén juntos. Claro que, en realidad, no están juntos,
porque cuando acudo a visitarles los encuentro en alas separadas de ese lugar
que llaman manicomio. Los dos tienen el pelo blanco —quizás ellos también
bebieron algo de aquel whisky de sabor extraño—, y Virginia ya no es una mujer
guapa. Tampoco hablan, lo que me parece una especie de tontería por su parte.
Le digo a Virginia que escriba todo aquello que la hace sentirse desanimada, y
que entonces se sentirá mejor, pero ella nunca me hace caso.
En casa, echo de menos a
Virginia, y también a Freddie, pero ¿saben lo que más echo de menos? ¡Oh,
chico, te sorprenderá! Lo que más echo de menos son aquellas bebidas preparadas
al estilo antiguo. Sin embargo, ahora ya no bebo. Después de lo que me ocurrió,
sé que no se puede confiar en el whisky. Le puede hacer daño a uno.
muy interesante la historia!
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