Fábula: Las crestas montañosas duermen;
los valles, los riscos y las grutas están en silencio.
(ALCMAN
160 (1O), 6461)
-Escúchame - dijo el
Demonio, apoyando la mano en mi cabeza-. La región de que hablo es una lúgubre
región en Libia, a orillas del río Zaire. Y allá no hay ni calma ni silencio.
Las aguas del río
están teñidas de un matiz azafranado y enfermizo, y no fluyen hacia el mar,
sino que palpitan por siempre bajo el ojo purpúreo del sol, con un movimiento
tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del
legamoso lecho del río, se tiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares.
Suspiran entre sí en esa soledad y tienden hacia el cielo sus largos y pálidos
cuellos, mientras inclinan a un lado y otro sus cabezas sempiternas. Y un rumor
indistinto se levanta de ellos, como el correr del agua subterránea. Y suspiran
entre sí.
Pero su reino tiene
un límite, el límite de la oscura, horrible, majestuosa floresta. Allí, como
las olas en las Hébridas, la maleza se agita continuamente. Pero ningún viento
surca el cielo. Y los altos árboles primitivos oscilan eternamente de un lado a
otro con un potente resonar. Y de sus altas copas se filtran, gota a gota,
rocíos eternos. Y en sus raíces se retuercen, en un inquieto sueño, extrañas
flores venenosas. Y en lo alto, con un agudo sonido susurrante, las nubes
grises corren por siempre hacia el oeste, hasta rodar en cataratas sobre las
ígneas paredes del horizonte. Pero ningún viento surca el cielo. Y en las
orillas del río Zaire no hay ni calma ni silencio.
Era de noche y
llovía, y al caer era lluvia, pero después de caída era sangre. Y yo estaba en
la marisma entre los altos nenúfares, y la lluvia caía en mi cabeza, y los
nenúfares suspiraban entre sí en la solemnidad de su desolación.
Y de improviso se
levantó la luna a través de la fina niebla espectral y su color era carmesí. Y
mis ojos se posaron en una enorme roca gris que se alzaba a la orilla del río,
iluminada por la luz de la luna. Y la roca era gris, y espectral, y alta; y la
roca era gris. En su faz habla caracteres grabados en la piedra, y yo anduve por
la marisma de nenúfares hasta acercarme a la orilla, para leer los caracteres
en la piedra. Pero no puede descifrarlos. Y me volvía a la marisma cuando la
luna brilló con un rojo más intenso, y al volverme y mirar otra vez hacia la
roca y los caracteres vi que los caracteres decían DESOLACION.
Y miré hacia arriba y
en lo alto de la roca había un hombre, y me oculté entre los nenúfares para
observar lo que hacía aquel hombre. Y el hombre era alto y majestuoso y estaba
cubierto desde los hombros a los pies con la toga de la antigua Roma. Y su
silueta era indistinta, pero sus facciones eran las facciones de una deidad,
porque el palio de la noche, y la luna, y la niebla, y el rocío, habían dejado
al descubierto las facciones de su cara. Y su frente era alta y pensativa, y
sus ojos brillaban de preocupación; y en las escasas arrugas de sus mejillas
leí las fábulas de la tristeza, del cansancio, del disgusto de la humanidad, y
el anhelo de estar solo.
Y el hombre se sentó
en la roca, apoyó la cabeza en la mano y contempló la desolación. Miró los
inquietos matorrales, y los altos árboles primitivos, y más arriba el
susurrante cielo, y la luna carmesí. Y yo me mantuve al abrigo de los
nenúfares, observando las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad,
pero la noche transcurría, y él continuaba sentado en la roca.
Y el hombre distrajo
su atención del cielo y miró hacia el melancólico río Zaire y las amarillas,
siniestras aguas y las pálidas legiones de nenúfares. Y el hombre escuchó los
suspiros de los nenúfares y el murmullo que nacía de ellos. Y yo me mantenía
oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la
soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.
Entonces me sumí en
las profundidades de la marisma, vadeando a través de la soledad de los
nenúfares, y llamé a los hipopótamos que moran entre los pantanos en las
profundidades de la marisma. Y los hipopótamos oyeron mi llamada y vinieron con
los behemot al pie de la roca y rugieron sonora y terriblemente bajo la luna. Y
yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre
tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la
roca.
Entonces maldije los
elementos con la maldición del tumulto, y una espantosa tempestad se congregó
en el cielo, donde antes no había viento. Y el cielo se tornó lívido con la
violencia de la tempestad, y la lluvia azotó la cabeza del hombre, y las aguas
del río se desbordaron, y el río atormentado se cubría de espuma, y los
nenúfares alzaban clamores, y la floresta se desmoronaba ante el viento, y
rodaba el trueno, y caía el rayo, y la roca vacilaba en sus cimientos. Y yo me
mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en
la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado.
Entonces me
encolericé y maldije, con la maldición del silencio,
el río
y los nenúfares y el viento y la floresta y el cielo y el trueno y los suspiros
de los nenúfares. Y quedaron malditos y se callaron.
Y la
luna cesó de trepar hacia el cielo, y el trueno murió, y el rayo no tuvo ya luz,
y las nubes se suspendieron inmóviles, y las aguas bajaron a su nivel y se
estacionaron, y los árboles dejaron de balancearse, y los nenúfares ya no suspiraron,
y no se oyó más el murmullo que nacía de ellos, ni la menor sombra de sonido en
todo el vasto desierto ilimitado. Y miré los caracteres de la roca, y habían
cambiado; y los caracteres decían: SILENCIO.
Y mis ojos cayeron
sobre el rostro de aquel hombre, y su rostro estaba pálido. Y bruscamente alzó
la cabeza, que apoyaba en la mano y, poniéndose de pie en la roca, escuchó.
Pero no se oía ninguna voz en todo el vasto desierto ilimitado, y los
caracteres sobre la roca decían: SILENCIO. Y el hombre se estremeció y,
desviando el rostro, huyó a toda carrera, al punto que cesé de verlo.
Pues bien, hay muy
hermosos relatos en los libros de- los Magos, en los melancólicos libros de los
Magos, encuadernados en hierro. Allí, digo, hay admirables historias del cielo
y de la tierra, y del potente mar, y de los Genios que gobiernan el mar, y la
tierra, y el majestuoso cielo. También había mucho saber en las palabras que
pronunciaban las Sibilas, y santas, santas cosas fueron oídas antaño por las
sombrías hojas que temblaban en torno a Dodona. Pero, tan cierto como que Alá
vive, digo que la fábula que me contó el Demonio, que se sentaba a mi lado a la
sombra de la tumba, es la más asombrosa de todas. Y cuando el Demonio concluyó
su historia, se dejó caer en la cavidad de la tumba y rió. Y yo no pude reírme
con él, y me maldijo porque no reía. Y el lince que eternamente mora en la
tumba salió de ella y se tendió a los pies del Demonio, y lo miró fijamente a
la cara.
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