De René Avilés Favila
...Drácula no ha muerto del todo, y resucita entre las tinieblas.
Francois Truchaud
En un lugar no lejano de la célebre Transilvania (donde nació, asesinó y falleció el conde Drácula), al pie de los Cárpatos, existe un pueblo que cultiva con esmero las leyendas: son su historia y su realidad. Y las actividades cotidianas tienen mucho que ver con esas tradiciones que los niños aprenden y respetan desde los primeros años. La superstición más importante (eje de su vida) es la que prevé la resurrección de Drácula, quien regresará del más allá para nuevamente aterrorizar y desangrar a los pacíficos lugareños. Esta creencia es de sólido andamiaje: ¿acaso no volvió Lázaro de entre los muertos y Jesús no "resucitó al tercer día"? Por qué razón, entonces, dudar de los poderes del vampiro. A causa de ello la población se preparó para enfrentar su abominable retorno mediante una idea salvadora: crear un banco de sangre donde los habitantes mayores de quince años tienen la obligación de depositar cierta cantidad semanaria de líquido vital. De este modo, cuando el temible suceso ocurra, tendrá el volumen necesario para satisfacer el voraz apetito del monstruo. Con tal solución cualquiera podrá salir por las noches a la calle sin temor o dejar abiertas sus ventanas (aunque algunas personas, menos optimistas o más miedosas, sugieran que cada noctámbulo lleve consigo una botella con dos o tres litros de sangre para ofrecérsela al abyecto ser en caso de súbita aparición: bien podría suceder que su hambre le impida llegar al banco y se detenga ante una suculenta yugular).(1) A cambio del alimento, las autoridades propondrán al conde Drácula un trato razonable y equitativo en el que fincan el progreso económico del pueblo: su autorización para que durante el día, mientras descansa del festín sanguíneo, su féretro abierto sea expuesto a la curiosidad turística.
(1) Los anémicos pueden deambular despreocupadamente, mientras lleven un letrero que así lo indique.
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