No espero lo probable, nada más lo inimaginable; un viaje a ninguna parte en un sitio conocido...

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El castillo de los Cárpatos

De Julio Verne



Segunda Parte

Capítulo II
(Fragmento)

La Stilla apareció más emocionada que nunca. Rehízose, sin embargo, y abandonándose a su inspiracion, cantó con una perfección, con un tan inefable talento, que no puede expresarse. El entusiasmo que causó a los espectadores llegó al delirio.

Durante la representación, el conde permaneció de pie junto a la caja de bastidores, impaciente, nervioso, febril, pudiendo apenas contenerse, maldiciendo la extensión de las escenas, irritándole la tardanza que provocaban los aplausos y las llamadas. ¡Ah! ¡Cuánto tardaba el momento de arrancar de aquel teatro la que iba a ser condesa de Télek! Aquella mujer adorada, que se llevaría lejos, muy lejos, donde no pudiera ser de nadie más que de él solo.

Llegó el momento supremo; la dramática escena última, en que muere la heroína del Orlando. Nunca pareció más hermosa la admirable música de Arconati. Jamás la Stilla la interpretó con más apasionados acentos. El alma de la artista parecía asomar a sus labios, y, sin embargo, diríase que aquella voz, desgarradora en algunos momentos, iba a destrozarse, puesto que no se la iba, a oír jamás.

En aquel momento corrióse la celosía del palco del batón de Gortz y apareció aquella extraña cabeza de largo pelo gris y ojos brillantes... Mostróse aquella cara estática, de espantosa palidez. Franz desde la caja de bastidores, vio en plena luz, por primera vez, aquella cabeza.

La Stilla se dejaba arrastrar por el fuego de la arrbatadora estrofa del canto final. Acababa de repetir aquella frase de sublime sentimiento.

Inamorata, mio coure treinante...

Voglio morire...

De repente se detuvo. La cara del barón de Gortz la aterrorizó... Paralizóla inexplicable espanto... Llevóse rápidamente la mano a la boca, tinta en sangre. ..

Vaciló... y cayo...

El público en masa se levantó palpitante,. loco, en el colmo de la angustia... Del palco del barón escapose un grito... Franz se precipita en la escena, coge a Stilla en sus brazos, la levanta, la contempla, la llama, y exclama:

-¡Muerta!.. . ¡Muerta! ...

¡Sí! La Stilla está muerta. . . En su pecho se ha roto un vaso... ¡Su canto se ha extinguido con su último suspito!

El conde fue trasladad o a su hotel en tal estado, que se temía por su razón. No pudo asistir a los funerales de la Stilla, que fueron hechos en medio de un inmenso concurso de la población nápolitana.

El cuerpo de la cantante fue inhumado en el Campo Santo Nuovo. Sobre el mármol de su tumba se lee este nombre:

STILLA

La noche de los funerales, un hombre fue al Campo Santo Nuovo; allí, con los ojos extraviados, la cabeza enmarañada, los labios apretados como si estuvieran sellados por la muerte, permaneció contemplando la tumba de la Stilla. Parecía como si prestase atención, imaginando que la voz de la Stilla iba a resonar por última vez desde el fondo de la tumba...

Aquel hombre era Rodolfo de Gortz.

En la misma noche, el barón de Gortz, acompañado de su sirviente Orfanik, salió de Nápoles, y nadie volvió a saber de él.

Al siguiente dia llegó una carta, dirigida al conde de Télek. Aquella carta no contenía más que estas palabras, de un laconismo amenazador:

«Vos la habéis matado. ¡Desgraciado de vos, conde de Télek!

-RODOLFO DE GORTZ.»

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