No espero lo probable, nada más lo inimaginable; un viaje a ninguna parte en un sitio conocido...

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Ironía





Fue un domingo por la noche, tiempo de ir al templo a escuchar la misa de la semana. En el trayecto traté de recordar el último día en que tomé el sacramento de la confesión. Lo había olvidado.





Llegué faltando cinco minutos para la hora en que da inicio la misa, los encargados de repartir las lecturas me dieron un ejemplar. Con la hoja en mano, busqué un lugar adecuado para tomar asiento. Recorrí los lugares que acostumbro a sentarme pero después vi las bancas vacías del frente. Al final decidí ir a una de las que se encontraban cerca del altar, hace tiempo que no me situaba en esos lugares siempre vacíos.



Escuché y observé la misa como creí debido y llegó el momento de la eucaristía. Ver la gente formada para tomar el Cuerpo y Sangre de Cristo me recordó nuevamente acerca de mi acercamiento a la confesión, esta vez deduje el tiempo aproximado y pensé en acercarme al sacramento un día de estos.



Antes de que acabara el sacerdote de repartir la sagrada Hostia, un can pequeño de raza callejera se colocó a la cola de la fila, pareciendo que iba a comulgar – hasta miró al sacerdote esperando por algo –.



Había visto perros en la entrada del templo, lo cual se puede considerar “normal”, pero nunca formados en la fila de la comunión.



“Los animales van al templo porque sienten a Dios” Me dijo una vez mi madre cuando era niño. “Eso explica las palomas en los templos góticos” Concluí.



El pequeño perro fue ahuyentado, como es la costumbre al ver uno callejero acercándose a la gente y ésta olvidó tal suceso “vergonzoso” al salir del templo.



Cada vez que recuerdo esa imagen me es inevitable sonreír: ver a un perro acercarse al sacramento de la comunión mientras muchas personas y yo tomamos asiento, es algo digno de recordar.



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