De Manuel Payno
Primera Parte
Capítulo Primero
Visita misteriosa
(Fragmento)
Arturo tenía 22 años. Su fisonomía era amable y conservaba la frescura de la juventud y el aspecto candoroso que distingue a las personas cuyo corazón no ha sufrido las tormentas y martirios de las pasiones.
Arturo había sido enviado por sus padres a educarse en un colegio de Inglaterra; y allí, entre los estudios y los recreos inocentes, se había desarrollado su juventud, vigilada por severos maestros. Las nieblas de Inglaterra, el carácter serio y reflexivo de los ingleses y la larga separación de su familia, habían hecho el genio de Arturo un poco triste.
Conocía el amor por instinto, lo deseaba como una necesidad que le reclamaba su corazón, pero nunca lo había experimentado en toda su fuerza; y excepto algunas señas de inteligencia que había hecho a una joven que vivía cerca del colegio, no podía contar más campañas amorosas.
Concluidos sus estudios, regresó a México al lado de su familia, que poseía bastantes comodidades para ocupar una buena posición en la sociedad. Al principio, Arturo extrañó las costumbres inglesas y hasta el idioma; mas poco a poco fue habituándose de nuevo al modo de vivir de su país, y notó además que los ojuelos negros de las mexicanas, su pulido pie y su incomparable gracia, merecían una poca de atención.
El carácter de Arturo se hizo más melancólico, y siempre que volvía de una concurrencia pública, reñía a los criados, le disgustaba la comida, maldecía el país y a su poca civilización, y concluía por encerrarse en su cuarto con un fastidio y un mal humor horribles, cuya causa él mismo no podía adivinar.
Una de tantas noches en que aconteció esto y en que se disponía a marcharse al teatro, se quedó un momento delante de su espejo, pensando que si su figura no era un Adonis, podría al menos hacer alguna impresión en el ánimo de las jóvenes.
-¡Eh! -dijo-, estoy decidido a empezar mis campañas de amor. He pasado una vida demasiado fastidiosa en el colegio. Este cielo azul, estas flores, este clima de México me han reanimado el corazón, y me dan fuerzas y valor para arrojarme a una vida de emociones y placeres. Pero quisiera no una querida, sino dos, tres, veinte, si fuera posible, pues tengo tanta ambición de amor en el corazón, como Napoleón la tenía de batallas y de gloria.
Si yo consiguiera conquistar los corazones -continuó acabándose de poner los guantes-; si tuviera cierto secreto para hacerme amar de las muchachas, era capaz de hacer un pacto con el mismo Diablo...
Un ligero ruido hizo volver la cabeza de Arturo, y se encontró frente a frente con un hombre alto y bien distribuido de todos los miembros. Sus ojos eran grandes y rasgados, sombreados por rizadas pestañas, ya brillaban como dos luceros o ya relucían como dos ópalos. En su fisonomía había alguna cosa de rudo y salvaje, a la vez que agradable, pues parecía participar de la belleza de un ángel y de la malicia de un demonio. Su cabello delgado y castaño, perfectamente arreglado, caía sobre sus sienes y orejas y engastaba su rostro de una manera graciosa.
Vestía un traje negro; y un grueso fistol, prendido en su camisa blanquísima y de rica holanda, despedía rayos de luz de todos los colores del iris. Una cadenita de oro y amatistas, asida a los botones del chaleco, iba a esconderse en la bolsa izquierda. No podía darse ni hombre más elegante, ni más bien presentado, y sólo una mujer, con su curiosidad instintiva, podría haber notado que las puntas de las botas eran extremadamente largas y agudas.
-¡Caballero! -dijo Arturo saludando al recién llegado.
-Servidor vuestro, querido Arturo -contestó con una voz afable el desconocido.
-¿Podré seros útil en algo?
-¿Os habéis olvidado ya de mí?
-Quiero recordar vuestra fisonomía -repuso Arturo, acercando una silla.- Pero sentaos y hacedme la gracia de darme algunas ideas...
-¿Os recordáis -dijo el desconocido arrellanándose en una poltrona- del paso del Calais?
-Recuerdo, en efecto -contestó Arturo, acercando una silla-, que había un individuo muy parecido a vos, que reía a carcajadas cuando estaba a pique de reventarse el barco de vapor, y cuando todos los pasajeros tenían buena dosis de susto...
-¿Y recordáis que ese individuo os prometió salvaros en caso de un naufragio?
-Perfectamente, pero... sois vos sin duda, pues os reconozco, más por el hermoso fistol que por vuestra fisonomía. Estáis un poco acabado. El tipo es el mismo, mas noto cierta palidez...
-Bien, Arturo, puesto que hacéis memoria de mi, poco importa que sea por el diamante o por la fisonomía. Soy el hombre que encontrasteis en el paso de Calais, y creo no os será desagradable verme en vuestra casa.
-De ninguna suerte -interrumpió Arturo, sonriendo y tendiendo la mano al hombre del paso del Calais-, mi casa y cuanto poseo está a vuestra disposición.
-Gracias, no os molestaré en nada, y antes bien os serviré de mucho. Platiquemos un rato.
-De buena voluntad -contestó Arturo sentándose.
-Decidme, Arturo, ¿no es verdad que pensabais actualmente en el amor?
-En efecto -repuso Arturo algo desconcertado-, pensaba en el amor; pero ya veis que es el pensamiento que domina a los veintidós años.
-Decidme, Arturo, ¿no habéis sentido un malhumor horrible los dias anteriores?
-En efecto -contestó Arturo un poco más alarmado- pero también esto es muy natural... cuando el corazón está vacío e indiferente a todo lo que pasa en la vida.
-Decidme, Arturo, ¿no es cierto que tenéis en el corazón una ambición desmedida de amor?
-Pero vos adivináis -interrumpió Arturo, levantándose de su asiento.
-Decidme, Arturo, ¿no es cierto que antes de que yo entrara os mirabais al espejo, y pensabais en que vuestra fisonomía juvenil y fresca podría hacer impresión en el corazón de las mujeres?
-Es muy extraño esto -murmuró Arturo, y luego, dirigiéndose al desconocido, le dijo:- ¿Decidme quién sois?
-¿Quién soy?... Nadie. El hombre del paso de Calais. Pasadla bien -continuó, levantándose de la poltrona y dirigiéndose a la puerta -.Nos veremos mañana.
-No, aguardad; aguardad -gritó Arturo-, quiero saber quién sois, y si debo consideraros amigo o enemigo...
-Hasta mañana -murmuró el desconocido-, cerrando tras de sí la puerta.
Arturo tomó la luz y salió a buscarlo, pero en vano. Ni en la escalera ni en el patio había nada. Todo estaba en silencio y el portero dormía profundamente.
Arturo subió a su cuarto, se desnudó y se metió en su cama. En toda la noche no se pudo borrar de su imaginación el extraño personaje que había adivinado sus más íntimos secretos. Los ojos de ópalo del hombre de Calais y su fistol de diamantes, brillaron toda la noche en la imaginación de Arturo.
Hola...
ResponderBorrarDisculpa no tendras una copia de este libro en formato digital... porfavor avisame cualquier cosa
Hola, pues no lo tengo en formato digital, sólo físicamente en la edición de Porrúa. Saludos.
BorrarSe puede descargar en esta dirección bibliotecadigital.tamaulipas.gob.mx/documentos/descargar/5261
Borrar¡Oh, genial! :D
Borrar¡Muchas gracias por compartir en enlace! :)
Este libro tiene alguna secuela? Gracias
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