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Los cantares de Dzitbalché: los rituales del amor y de la muerte

De César Valencia Solanilla

Uno de los textos menos estudiados por los especialistas en literatura precolombina, tal vez por su carácter fragmentario y hermético, es el conjunto de cantos mayas yucatecos conocidos como Los cantares de Dzitbalché, del que a su vez existen diferentes traducciones. En este artículo se hace una aproximación analítica sobre dos aspectos fundamentales reiterativos en los cantos: los rituales del amor y de la muerte y la íntima relación del ser con la naturaleza, para destacar sus valores poéticos y filosóficos. La traducción que sirve de fuente es la de Alfredo Barrera Vásquez, en el volumen de Mercedes de la Garza Literatura maya.(1)
En los cronistas de Indias es interesante observar el reiterativo asombro por el extraño y exótico mundo que debían relatar: la exuberancia del paisaje, la grandiosidad en la arquitectura, el carácter singular de las costumbres, los rutilantes colores de los atuendos y las danzas, la música nostálgica y festiva de sus atabales, flautas, trompetas, caracoles, sonajas, la solemnidad de los rituales y las ceremonias colectivas. Pero sobre todo sintieron perplejidad -no exenta de una doble moral en lo político y religioso- por los rituales de los sacrificios humanos, que fueron vistos como simples actos de barbarie y ejecutados por pueblos salvajes a quienes, por la misma razón, era preciso «civilizar» mediante el evangelio y la imposición de una religión monoteísta, con un dios siempre temible e implacable. De modo que toda esa espléndida riqueza cultural de las manifestaciones teatrales, la danza, el canto, la música y hasta las ceremonias de farsa y divertimento fueron duramente prohibidas y castigadas, en muchos casos porque se prejuzgaba la manifestación ritual para celebrar a los dioses autóctonos, como también porque a juicio de los católicos de entonces, estos actos colectivos conducían al pecado y la dispersión.
En un ambiente tan vertical y represivo, se perdió para siempre gran parte del legado de los antepasados, aunque pudieron guardarse algunas danzas y partes de piezas teatrales, gracias al interés por preservar la memoria cultural de los pueblos precolombinos, en particular de las culturas náhuatl, maya e inca.
Los mayas tuvieron la fortuna de preservar manuscritos en lengua aborigen, utilizando la escritura fonética del español, con obras fundamentales y fundacionales de la literatura prehispánica, como el Popol Vuh -llamado con razón La Biblia americana- y el Rabinal Achí o El varón de Rabinal, piezas descubiertas por Basseur de Bourbourg en la segunda mitad del siglo XIX y testimonios privilegiados de la narrativa y el teatro maya-quiché(2). De igual manera, libros como El libro de los libros del Chilam Balam, El Chilam Balam de Chumayel, los Anales de los Cakchiqueles, el Códice de Calkiní y Los cantares de Dzitbalché muestran la variedad expresiva de este gran pueblo, en los cuales se revelan aspectos muy significativos de sus creencias religiosas, su historia y su capacidad poética. Para efectos de esta reflexión, se estudiarán diferentes aspectos literarios y culturales de Los cantares de Dzitbalché, en especial aquellos que se relacionan con la ritualidad del amor y de la muerte.
El libro fue descubierto en 1942 en el pueblo de Dzitbalché, Estado de Campeche, y su autenticidad prehispánica está bien fundamentada por Alfredo Barrera Vásquez, quien afirma que el texto sigue la ortografía tradicional del siglo XVII y que el códice corresponde a una copia sacada de otro original del mismo siglo. La alusión en la parte introductoria o portada a la escritura del libro en el año de mil cuatrocientos cuarenta es una referencia concreta a su antigüedad, pero sobre todo a los contextos y prácticas rituales que se desarrollan en los cantos establecen un nexo cultural evidente con la cultura maya precortesiana. Fray Diego de Landa, como excepcional testigo de la conquista de los mayas de Yucatán(3) hace mención al baile del colomche y a los instrumentos que musicales que se usaban en estas ceremonias, que son aludidos en el libro. Los cantares de Dzitbalché está compuesto por 15 cantos y una portada, en la que se menciona que se trata del
Libro de las Danzas
de los hombres antiguos
que era costumbre hacer
aquí en los pueblos (de Yucatán) cuando no
llegaban los blancos

En su carácter de expresión literaria precolombina, la danza remite a la música, al movimiento, pero también a la letra que sirve de base al canto y refiere la acción. El libro, en este sentido, es la memoria poética escrita que algún copista decidió verter en el papel, en donde se hacía referencia a diversas ceremonias colectivas relacionadas con el amor, la iniciación sexual, el amanecer, la orfandad, la invocación a los dioses, la historia de los antepasados, el sacrificio humano: allí reside el valor inestimable de estos cantos, que desde el punto de vista del estilo son muy desiguales. Su origen es anónimo y se infiere que son recopilaciones de diversas prácticas rituales y ceremonias de los antiguos mayas de Yucatán.
... pervivencia de las deidades en el alma albeante de los seres, poema-oración para fundir en una sola esperanza al hombre con los seres sobrenaturales en busca del equilibrio, de la armonía cósmica.
Barrera Vásquez plantea que los cantos números 3, 5, 9 y 10 «más parecen narraciones o explicaciones sin otra particularidad que la de estar escritos en columnas, a manera de versos, sin haberlo propiamente»(4). A pesar de la opinión del eminente investigador, la voluntad poética no escapa a su índole narrativa, ya que aparecen ciertos fragmentos de oraciones a las deidades con sentimientos religiosos muy elevados, algunos a manera de imprecación en medio de la soledad, otros como comunicación solemne y humilde con los seres sobrenaturales que necesita el hombre para hacer más amable su existencia en la tierra. Ilustran, al mismo tiempo, la naturaleza de algunos de sus dioses principales, como Hunabkú, el dios del Popol Vuh, el que da lo bueno y lo malo, que irradia una bella luz, es el dueño de todo cuanto existe y pone a los hombres en un gran vaso de barro (Cantos 3 y 9)-, el dios Cit Bolon Tun, que es una variante de la deidad de la medicina (Canto 9), el dios X Ah Chaa Paat, el Señor de la Escolopendra,


que tenía en junto siete salientes
cabezas,
al que de pronto veías
que se atravesaba en tu camino
para devorarte
y para darte
mal en tu
vida si no
entendías lo que te preguntaba
(Cantar 9)

Igual ocurre con los cantos 2 y 6, que aluden al dios Sol y al Padre o Señor de los sostenedores de los Tunes (o katunes) y en los que el tono es de la imprecación amorosa, dulce, ya que se invoca a los benefactores del hombres El dios Sol es llamado Padre de los cielos. Grande/ eres en tu asiento/ en las alturas y a él se acude como Unico Dios, se le llama para que socorra al hombre, para que le facilite su palabra del bien y la sabiduría(5). Al Padre de los sostenedores de tunes se invoca con la frente inclinada, sin haber tocado mujer por nueve días, con un profundo sentimiento religioso:


Padre Unico Dios,
por eso estando,
albeante
mi alma,
vengo a verte en su lugar.

La oración toma así los visos de poema, comunión en la palabra de amor y de respecto, canto del hombre que necesita de los dioses para hacer trascender su vida, pervivencia de los deidades en el alma albeante de los seres, poema-oración para fundir en una sola esperanza al hombre con los seres sobrenaturales en busca del equilibrio, de la armonía cósmica.
Los cantos restantes, que hacen referencia principalmente a las ceremonias de iniciación sexual, a los rituales de la muerte por flechamiento, a la orfandad y la soledad, son una muestra de la más decantada elaboración poética, con imágenes rutilantes en su simplicidad y belleza.



El ritual de la muerte por flechamiento
Unos cantos parecen continuidad de otros, de tal forma que puede inferirse sean uno solo, como ocurre con los números 1 y 13, que describen la Danza del Kolomché, la ceremonia del sacrificio por flechamiento, en la que se ataba a una columna a un hombre joven escogido para la muerte ritual, se le pintaba con añil, se le adornaban las manos y los pies con flores de Balché, se le daba ánimo para no desfallecer ya que era el designado por los dioses para seguir nutriendo de vida, con su muerte, la vida de la naturaleza y los hombres, en un bello ritual de preparación para el sacrificio y de fusión entre el mundo de ahora y el perenne de los dioses:


Ríe, bien
endúlcese tu ánimo,
porque tú eres
a quien se ha dicho
que lleve la voz
de tus convecinos
ante nuestro Bello Señor
(Cantar 1)

El Canto 13, la Canción de la danza del arquero flechador, que ha sido incluido en varias antologías como una muestra de la poesía maya(6), describe en detalle la compleja acción de los danzantes, que representan a los arqueros que con resina de catsin en las plumas del extremo de sus flechas, templados sus músculos, dando vueltas en torno de la víctima, debían herirlo una y otra vez, haciéndolo sufrir hasta la muerte, porque este era el designio de los dioses. El poema realza el vigor de los flechadores, el valor de la víctima, la solemnidad del acto y también su crueldad:


apúntale al pecho; no es necesario
que pongas toda tu fuerza para
asaetarlo, para no
herirlo hasta lo hondo de sus carnes
y así pueda sufrir
poco a poco, que así lo quiso
el Bello Señor Dios
(Cantar 13)

Al igual que con el Rabinal Ahí, estas danzas y expresiones rituales que celebraban el sacrificio de hombres fueron perseguidas de manera implacable por los conquistadores y evangelizadores en el proceso de expansión de la corona española, pero afortunadamente fueron encubiertas por la astucia de los mayas (7), para que al menos las letras fragmentarias de sus poemas mantuvieran la memoria colectiva de los tiempos antiguos en que la noción de la vida no era la misma que la proveniente de la falaz noción europea, pues para el hombre maya antiguo la vida y la muerte eran un ciclo y los sacrificios a los dioses una forma de mantener el equilibrio. La muerte ritual era un acto espléndido de sangre y emoción, como el parto, que renovaba el cosmos de manera permanente. La belleza de estos cantos representa una muestra de cómo la palabra nombra el mundo, preserva la memoria, emparenta el pasado con el presente, nos recuerda una realidad significativa que ya se ha ido esfumando en la aculturación y la homogeneidad.


Las ceremonias de iniciación sexual

En las sociedades primitivas el cambio de estado de los seres o el comienzo de una nueva vida por lo general está revestido de solemnidad, ya que implica transformaciones importantes para el engranaje social y el mantenimiento del equilibrio. Las ceremonias iniciáticas incorporan y hacen reconocimiento social al miembro de la comunidad y su solemnidad mediante el canto, la danza, la música, expresan un sentido de lo mágico y trascendente. Tal vez como ninguna, la iniciación sexual de hombres y mujeres tiene un valor muy especial para el colectivo y está revestida de prácticas rituales que sirven para conectar a los seres con la trascendencia, en la medida en que la representación ritual invoca simbólicamente a los dioses para hacerlos partícipes de la acción representada.
De manera significativa, en estos cantos se alude al amor, a los jóvenes, a la sexualidad como una forma de exaltación de la belleza, la ternura, la vida. El canto 4, Vamos a recibimiento de la flor, revela esta sensación de alegría y regocijo de las mujeres jóvenes que se preparan para ofrendar su virginidad a los hombres que aman, porque este acto es esperado por los grandes señores y los dioses para legitimar su condición de mujeres de la comunidad que ya están listas para reproducir la especie e incorporarse como adultas a la vida social mediante el matrimonio. Las jóvenes ríen y sus corazones saltan de alegría,



Porque saben
que es porque darán
su virginidad femenil
a quienes ellas aman
(Cantar 4)

Las deidades que el canto invoca son Suhuy Kaak, que quiere decir «Fuego Virgen», una diosa que es «La Flor de las Mozas», X Kanleox, «La Señora del Precioso Capullo de Hojas», deidad agrícola del maíz, X Z Oot, «La Sonajera, la Bella Sonajera»8, a quienes se hace partícipe de este acto carnal que el cantar invoca. Expresa también el carácter politeísta de la religión maya, en donde la multiplicidad de dioses facilita y singulariza la relación de los hombres con la trascendencia.
La iniciación en la sexualidad de las jóvenes se vincula así con las fuerzas telúricas, el maíz como fuente esencial del sustento, los árboles, las plantas y la música, en una exultante simbiosis de naturaleza, sensualidad y arte. La palabra poética representa el vínculo del pasado con el presente, la evidencia de la memoria colectiva en la magia de la palabra.


El amor y la orfandad

En esa implícita voluntad de fundir la palabra poética con la naturaleza, el amor está vinculado con el canto de las aves, la alegría del amanecer, los colores del día. En los
cantos 14 y 15, que pudieran leerse como continuación del ritual iniciático de las jóvenes al amor sensual, la mujer se asocia a los pájaros: la torcacita, el cuclillo, el charretero, el kukum, el sensontle, el cardenal, la tórtola, el chichinbal, el colibrí, que son aves relacionados con deidades solares y lunares. El amanecer es la alegría del mundo en el comienzo del nuevo día, los cantos de los pájaros saludan la belleza de la naturaleza, los animales «piensan» también cuando desatan la magia y la alegría de sus cantos:


Pues si hay alegría

entre los animales,
¿por qué no se alegran
nuestros corazones? Si así son
ellos al amanecer:
¡bellísimos!
¡Sólo cantos, sólo juegos
pasan por sus pensamientos!
(Cantar 14)

En el Cantar sin título que remata el libro, la exaltación de mujer se hace a través de los atuendos que luce, de los pendientes que cuelga en las orejas, del porte formidable de sus caderas, en versos llenos de sensualidad. Esta exaltación y entusiasmo se extiende a los astros, a la Luna y al planeta Venus, «la humeante estrella». El poema canta a la alegría de la vida, a la belleza de la mujer, a la bondad de su corazón, al amor del anónimo poeta por su amada:


quiero que seas vista en verdad
muy bella, porque
habréis de pareceros a la humeante
estrella porque os deseen hasta
a luna y flores de los campos
(Cantar 15)

Pero así como la poesía sirve para revelar la alegría, también lo es para la nostalgia, la soledad, la orfandad. Un tanto como premonición al laberinto de soledad de nuestra identidad cultural, el canto 8 expresa con dolorosas imágenes la noción del desamparo del hombre que ha perdido a su madre, a su familia, a sus amigos y que acude a los dioses en busca de consuelo y compasión: el refugio de lo sobrenatural para contrarrestar el doloroso paso por la existencia y la pérdida de los seres amados:


Ay, mi señor! Toma de mí
compasión. Pon fin
a este doloroso sufrimiento.
dame el término de la muerte
o dame rectitud de ánimo,
mi Bello Señor
(Cantar 8)


El amanecer es la alegría del mundo en el comienzo del nuevo día, los cantos de los pájaros saludan la belleza de la naturaleza, los animales «piensan» también cuando desatan la magia y la alegría de sus cantos.

La luz del nuevo día
Varios de los cantos aluden al sol naciente, a la alborada del nuevo día, incluso hacen participar de esta luz al "alma albeante" de los seres que inician aspectos esenciales de sus vidas. Hay una íntima relación entre la naturaleza y el hombre, entre sus sueños y los colores y luces del amanecer. La palabra poética saluda la mañana pues es el renacer del mundo cada día. Es el bullicio cotidiano de los animales en el bosques, los árboles que se despiertan, los pájaros que anima la aurora. El canto 11 comienza con estos hermosos versos:


El día se hace fiesta
para los pobladores
Va a surgir
la luz del sol
en el horizonte
(Cantar 11)

como si al incesante sol que genera el día el hombre debiera agradecer con sus oraciones y su poesía, tal la alegría que hace sentir al poeta. La naturaleza conserva y reproduce la vida, brindando a los seres el espectáculo formidable de la belleza del amanecer y el canto de las aves armoniza el fulgor del día, todos los días. Este canto, que significativamente se le denomina "El canto del juglar", es poesía pura que exalta el placer de la palabra por sí misma y alude a un mundo antiguo en que el poema representaría el simple mirar del hombre sobre el horizonte:


La Bella Estrella

refulgente encima
de los bosques "humea",
desvanecientemente
viene a morir la luna
sobre el verdor de los bosques
(Cantar 11)

Frente a estos cantos, el lector contemporáneo no puede escapar a la emoción y el reconocimiento del alto nivel expresivo del pueblo maya, que desarrolló una literatura muy valiosa, aunque breve en lo que la poesía dramática y lírica se refiere, si se compara con la abundante producción en este sentido de los aztecas. Libros como Los cantares de Dzitbalché condensan estos valores, por lo que es indispensable promover su lectura, difusión y estudio.
El realismo mágico, lo real-maravilloso, el sentimiento de orfandad, la visión del mundo del hombre americano tan ligada a la naturaleza, el amor irremediable a su gente y su entorno, que son marcadores culturales en América Latina, tienen raíces ancestrales en esos hombres y mujeres soñadores del sol y la luna que exploraron las estrellas en la noche y celebraban el nacimiento del sol como un milagro de los dioses.
La predilección popular por la ceremonia de la que dan cuenta el cronista Diego de Landa(9), el conquistador Hernán Cortes(11) y los viajeros y estudiosos de la cultura maya es una característica bien propia de este pueblo, y revela plenamente cómo los imaginarios simbólicos del pasado se mantienen para alimentar una religiosidad que se niega a desaparecer.
En la poesía rutilante de Los cantares de Dzitbalché se revela apenas una muestra de ese esplendor y esa visión de mundo que los extirpadores de ideologías, aunque estuvieran "ebrios de Dios", no pudieron des
truir, pues ellos son, como los demás manuscritos sobrevivientes, por esos avatares inefables de la historia, «luminarias que no pudo apagar el agua bendita»(12).


NOTAS
(1) DE LA GARZA, Mercedes (compiladora). Literatura maya. Cronología de Miguel León-Portilla, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1992. Todas las citas que se utilizan en este artículo aluden a esta edición y hacen mención a Cantar respectivo.
(2) Al respecto, puede verse nuestro trabajo: Rabinal Achí: las raíces del teatro en Hispanoamérica, Revista de Ciencias Humanas, Año 3, No. 10, Noviembre de 1996, p. 25-31
(3) LANDA, Diego de. Los mayas de Yucatán, Fondo de Cultura Económica, México, 1997, p. 43-46
(4) DE LA GARZA, Mercedes. Op. cit., p. 352.
(5) Una amplia disertación sobre la religión en los mayas puede ver en los textos de Eric. S. Thompson, Grandeza y decadencia de los mayas, Fondo de Cultura Económica, traducción de Lauro Zavala, México, 1985 y Sylvanus Morley, La civilización maya, Traducción de Adrián Recinos, Fondo de Cultura Económica, México, 1947.
(6) Es notable la traducción de este poemas hecha por Demetrio Sodi en La literatura de los mayas, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1978, aunque su versión corresponda más a la sintaxis
en español
(7) THOMPSON, Eric S., Op cit., menciona cómo las danzas rituales estaban asociadas con las ceremonias religiosas y destaca la persecución implacable de los frailes a esta prácticas. Con relación a las danzas sacrificiales, hace la cita de un sacerdote español que en 1624 relataba la existencia en la población de Mazatenango de una danza similar a la danza del arquero flechador y a la ceremonia sacrificial final del Rabinal Achí, que constituyen una clara muestra la astucia de la comunidad para preservar encubiertas estas prácticas rituales tan importantes para sus creencias religiosas.
(8) Conforme las notas explicativas de Barrera Vásquez, Op. cit., p 363-364.
(9) LANDA, Diego de. Op. cit.
(10) CASAS, Bartolomé.
(11) CORTES, Hernán. Cartas de las conquista de México, Biblioteca de la historia, Sarpe, Madrid, 1985.
(12) CARDOZA Y ARAGON. Guatemala: las líneas de su mano, Fondo de Cultura Económica, Colección popular, México, 1976, p. 166.


Gracias a la maestra Martha Lilia Sandoval Cornejo por facilitarnos esta investigación.

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